La mañana siguiente
Amanecimos como cualquier lunes, con un día de sol, con los ojos más hinchados que de costumbre, rumiando la pena y organizando las tareas del día. Con la tristeza de ayer, la misma, un poco más callada. Menos expansiva, digamos. La tristeza es la misma, va a durar, pero hoy es otro día y hay que seguir. Cada quien en lo suyo. Con sus ocupaciones y sus preocupaciones. Mientras tomaba el primer café del día, pensaba en cuántas cosas lloramos ayer y al rato, una amiga querida, me dijo en un mensaje, exactamente lo mismo. ¿Qué lloramos ayer? A Tabaré, por supuesto. El fin de su vida. El no tenerlo más físicamente y con nosotros. Lloramos también la emoción de vernos juntos y con el mismo sentimiento que se expresó en cada cara y cada aplauso y cada grito y cada bandera en la calle. Lloramos de rabia porque ayer vimos que -por un día aunque sea- se recuperó la mística que sentíamos tan lejos y lloramos porque esa mística nos pertenece y la queremos abrazar y tener siempre al lado. Lloramos...