"Allá en la fuente, había un chorrito"...
Ya le escribí dos veces y voy por la tercera.
Ya compré pañales, batitas, rebozo, enteritos y un chupete verde.
Ya fui artesana forrando cajas con coloridos retazos de tela para guardar sus cositas.
Ya fui fotógrafa de la panza de su mami y orgullosa compartí el resultado con mis amigos.
Ya festejé su llegada con “mis brujas”.
Ya me emocioné viendo el video de su ecografía (sobre todos sus manitos, sus manitos…uf).
Ya me alegré (desmedidamente) de que sea niña.
Ya hice planes y postergué unos días de licencia para estar disponible cuando llegue.
Ya me desesperé por saber cómo se llama y ya me calmé y le digo “la Peque”.
¿Se puede sentir tanto amor por alguien que ya es pero todavía no está? Sí, se puede. Y como sí se puede, aunque suene a voluntarismo, le escribo por tercera vez. Voy.
Mirá, Peque…yo siempre supe que te quería tener en mi vida y también que no dependía de mí, que era sólo esperar y querer y que todo llega, ni antes ni después.
Tenés el lugar de ser la primera, sos un privilegio, Peque. Es una emoción nunca vista la que siento, algún día lo entenderás, espero. Habrá otros u otras…pero tu lugar…es único, Peque.
Destacado en tanto novedad. Me define como algo que no he sido. Abuela. He sido muchas cosas, ni te imaginás…ya te contaré, pero vos me hacés estrenar rol y sobrenombre.
Fíjate que a mí nunca me preocupó esa idea de vejez que viene unida al abuelazgo, no, no. Cada vez que imaginé el momento, se me ocurrió que iba a ser fantástico conocerte. Me ibas a traer tanta inocencia, tanta renovación y frescura que capaz se me borraría un poco ese surco en el entrecejo con el que Avon y Loreal no han podido.
Lo mejor de esto es que a vos el surco ni te va a importar. No vas a tener otra imagen de mí que no sea esta: con el surco, con mis 50 recién estrenados, con mis rulos de siempre, con mis lentes de lejos y de cerca, ésta, la de hoy, soy tu abuela, y a vos no te importa cómo fui antes. Y a mí tampoco, Peque, en tanto tenga tiempo por delante para compartir contigo, ya está. El desprejuicio de esta relación, lo vamos a estrenar de a dos, me entendés?
Te cuento algo lindísimo. Anoche soñé contigo por primera vez. No eras bebé recién llegada. Tenías como dos años y hablabas como una lora, como tu papá cuando era como vos.
Te habías quedado a dormir en mi casa y dormíamos las dos juntas y apretujadas bajo mi acolchado. Y después nos levantábamos, vos atrás mío sacudiendo tus rulos, saltando en pijama y medias gordotas.
Yo te hacía la leche y vos te quejabas sacudiendo la manito: “¡Tá muy caliente, Lela!” (¿¿¿Lela??? Ay, pero qué maravilla, mi Dios, crecer y estar para escuchar esto!).
Yo te decía: “Bueno, la enfriamos, no pasa nada” y me iba a la cocina a buscar otra taza y pasaba la leche de una taza a otra, y otra vez, y vos te reías y decías “es una fuente, Lela, una fuente de Vascolet, dale, hacè más fuentes”…y entonces aparecía silencioso Charly y nos miraba serio y decía: “¡¿Pero todavía no tomaron la leche ustedes dos!?”, y vos decías:”No, porque Lela está haciendo una fuente de Vascolet, mirá Charly!” y nos reíamos mucho los tres.
Así es esto: mientras te espero, te sueño. Y mientras te sueño, te voy disfrutando.
Cuando la fuente de Vascolet sea una realidad en mi comedor, voy a pensar que esto ya me pasó, ya lo viví, pero no te lo voy a contar porque vas a estar distraída e interesada en ver cómo mágicamente y sin volcar pasa el chorro de leche achocolatada de una taza a otra, será como un milagro para vos y como una película que ya vi para mí.
Pero el brillo en tus ojos y el sonido de tu carcajada, eso va a ser estreno. ¡Avant premier para los elegidos!
Lo que sí te voy a contar alguna vez (por si se pierde esta carta en mi eterno desorden) es que Charly lloró de emoción cuando le conté que había soñado contigo, con él y conmigo y que en mi sueño vos y yo, una mañana de invierno en la cocina de casa, nos dimos cuenta que sabíamos mucho de ingeniería… fabricábamos fuentes casi con nada…