En la escala de los números reales
No sabemos para dónde mirar y cómo hacer para no enterarnos que están ahí.
Son chorros, agresores, rateros, asesinos, drogadictos, malvivientes, desclasados, marginales del submundo. Son delito y nada más.
Son noticia de desgracia e infortunio, son crónica roja. Son violencia.
No hay diálogo posible. Hablan otro idioma.
No pertenecen a tu paisaje ni al mío. Aún sus breves y fugaces apariciones en el entorno conocido, descolocan y despiertan escalofríos.
Son erráticos hasta en los genes. Son parte de la realidad pero son de un realismo muy poco mágico.
Se visten mal aunque calcen Nike. Huelen peor.
Viven en asentamientos, villas o cantegriles -no importa el nombre- siempre es entre chapas y cartones y en medio del barro y la mugre y las aguas servidas y nauseabundas, en barrios tenebrosos a los que nunca te asomaste, donde las mascotas son piel y hueso y los niños tienen pelos sin brillo, caries en los dientes y casi siempre miradas inolvidables.
Así también fue la vida de sus padres y quizás de sus abuelos. Seguramente será igual la de sus hijos, si es que tienen la suerte de llegar a la edad de procrearlos.
Son un mundo aparte. Pertenecen al lado oscuro. Mejor ni pensar en ellos.
Comen vaya a saber qué cosas sacadas de dónde.
No saben qué quiere decir clonazepan y cualquier lata o pipa les viene bien para evadirse un rato y envenenarse por dentro y por fuera.
Tiene 20 años y parecen de 35.
No tiene tarjetas de débito automático, no hacen terapia ni pilates… no van al cine, al teatro menos y es casi seguro que no disfrazan a sus hijos para Halloween.
Duermen entre harapos y hediondos colochones y ni se deben de dar cuenta de la rigurosidad del frío o del bochorno de las tardes de diciembre.
No tienen nada, no valen nada.
Se relacionan entre sí de formas extrañas: arman líos, gritan mucho, se pelean, arman bandas, amenazan, sueltan improperios, queman cosas, rompen vidrios, tiran piedras, piñas, patadas y balas. En su desmadre generalizado, convocan a los medios. Y cómo.
Muchos conocen las cárceles y luego las fugas y la vida clandestina, que seguro será en tugurios tan sórdidos como sus propios hogares pero con más soledad.
Su vida es una rifa, como la de cualquiera. pero con menos valor. Su vida es agua de borraja.
Viven como perros, mueren como ratas.
Mueren la misma muerte que tarde o temprano a todos nos llega, pero con más dolor y más indignidad.
Un día explotan, detonan, revientan. Estallan o los hacen estallar.
A nadie le importa mucho.
Por esa cosa de ser gente de menor valor. Son un número negativo cuyo valor es menor que cero.
¿Qué te queda de esta reflexión? ¿No pensar más? Dar vuelta la hoja, cambiar de canal, mirar para otro lado, el lado de tu vida que está tan lejos de la de ellos como te es posible.
El lado de los que estamos a la derecha del cero, dentro de la escala de los números positivos -bien positivos,-dentro del conjunto de los números enteros y reales que -caramba con la matemáticas- también está integrada por aquellos de signo negativo que terminan siendo, irremediablemente, parte de la recta numérica.
Eso se refiere a los políticos y militares corruptos,pero las matemáticas son perfectas
ResponderEliminarcon ellas podemos reflejar todo lo bueno y lo malo. Jajajaja ,l