Revísenme las cuentas

Revísenme las cuentas. Sin piedad.

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Soy con mi foto y mi nombre. Con mis gustos y mis sentires. Con mi pensamiento político-social y mi manera de percibir y hasta juzgar el mundo, o mi mundo, o el mundo de por acá al que le doy bastante más bola que al de por allá.

Voy a seguir defendiendo a las redes sociales, tan criticadas, tan pecaminosas para algunas mentes. Llenas de defectos ellas: de miserias o de críticas en vano. Tanto o igual que la vida misma. Más espontáneas sí, a veces. Menos “jugadas” porque una cosa es el cara a cara y lo que nos viene a la boca, casi antes que a la cabeza; y otra cosa es escribir y editar un pensamiento cuatro veces antes de publicarlo.

Hay sólo una cosa que no me gusta en las redes sociales y es que la gente no ponga su nombre y su foto, que no se identifique, pero no por el hecho tan cuestionado de “se resguardan en el anonimato”, no, no es por eso; es porque creo que son personas que viven con miedo y el miedo nunca te da permiso para ser vos mismo.

¿Qué si no me cansan las redes sociales? Sí. Algunos días más que otros. Y algunos días no tengo más remedio que estar conectada en ellas por compromisos previamente asumidos y ¡ya quisiera huir! Por eso hago uso abusivo de una ruedita que está en el mouse, que sirve justo para eso: pasa seguir de largo y lo más lejos posible del enojo o la intolerancia de otros/as, para que me quemen la cabeza lo menos posible.

Pero no tengo plata para pagar el contacto con gente maravillosa que conocí por medio de las redes sociales: los que se convirtieron en amigos y amigas de la vida o los que en cualquier esquina nos encontramos, nos reconocemos, nos decimos “pero ¡vos sos Fulana de Tal!!” y nos damos un abrazo que por ser el primero, no es el menos relevante, porque viene con la carga de todo lo que ya nos hemos dicho y conocido en el mundo virtual, que la mayoría de las veces -si no sos muuuuy fantasma- se parece mucho a quienes somos en realidad.

Aristotélico pensamiento: somos seres sociales por naturaleza. Las formas de relacionarnos cambian así como cambia el mundo, pero lo que no cambia es que cada uno de nosotros tiene habilidades, incapacidades, deseos y necesidades que en tanto las comparte con los demás, de alguna forma, contribuyen, favorecen en ese intercambio desde su sentir o su pensar que se deposita o se establece en el pensar del otro. Completamos lo que somos cuando somos con el otro. Si es con respeto y con tolerancia, nos “empatizamos” y acabo de inventar el verbo…creo.

Hoy tuve una larga discusión sobre el uso de las redes sociales. Nadie salió airoso/a. Pero sobre el final, quien me contradecía, me dijo: “pero ¿no tenés un poco de miedo o capaz de pudor de compartir tu vida de forma gratuita en las redes sociales?”.

A lo que contesté: “No, ciertamente que no. En primer y fundamental lugar, porque yo hablo y comparto lo que quiero y lo que no, no. Al que se cree que me conoce toda la vida porque me sigue en las redes, podríamos irle avisando que no tiene ni un 30% de la información real de lo que me pasa. La “info” completa va solo para mis amigos/as: los/as de verdad. Así sea en vivo, por teléfono o por un interno en las propias redes sociales. Ellos y ellas son y serán, los y las elegidos/as. Son los/as que necesito para vivir. Ellos/as saben quiénes son y yo también. 

En segundo lugar, porque aunque no existieran las redes sociales, yo seguiría siendo que soy. Bastante transparente, muy embanderada con mis pasiones”. Así que me dio por teclear estas insensateces que concluyen en lo del título y capaz algunos/as hacen acuerdo: si les gusta o si les interesa…por mí, revísenme las cuentas, en el intento de hallar incongruencias, difícil que las encuentren. Y si es de puro chusmetas nomás: a mí, plín. O capaz: cri cri.


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