Revísenme las cuentas
Revísenme las cuentas. Sin
piedad.
Revisen mi cuenta de Twitter,
de Facebook, de Blogspot, de Instagram o de Google Plus.
Soy con mi foto y mi nombre.
Con mis gustos y mis sentires. Con mi pensamiento político-social y mi manera
de percibir y hasta juzgar el mundo, o mi mundo, o el mundo de por acá al que
le doy bastante más bola que al de por allá.
Voy a seguir defendiendo a
las redes sociales, tan criticadas, tan pecaminosas para algunas mentes. Llenas
de defectos ellas: de miserias o de críticas en vano. Tanto o igual que la vida
misma. Más espontáneas sí, a veces. Menos “jugadas” porque una cosa es el cara
a cara y lo que nos viene a la boca, casi antes que a la cabeza; y otra cosa es
escribir y editar un pensamiento cuatro veces antes de publicarlo.
Hay sólo una cosa que no me
gusta en las redes sociales y es que la gente no ponga su nombre y su foto, que
no se identifique, pero no por el hecho tan cuestionado de “se resguardan en el
anonimato”, no, no es por eso; es porque creo que son personas que viven con
miedo y el miedo nunca te da permiso para ser vos mismo.
¿Qué si no me cansan las
redes sociales? Sí. Algunos días más que otros. Y algunos días no tengo más
remedio que estar conectada en ellas por compromisos previamente asumidos y ¡ya
quisiera huir! Por eso hago uso abusivo de una ruedita que está en el mouse,
que sirve justo para eso: pasa seguir de largo y lo más lejos posible del enojo
o la intolerancia de otros/as, para que me quemen la cabeza lo menos posible.
Pero no tengo plata para
pagar el contacto con gente maravillosa que conocí por medio de las redes
sociales: los que se convirtieron en amigos y amigas de la vida o los que en
cualquier esquina nos encontramos, nos reconocemos, nos decimos “pero ¡vos sos
Fulana de Tal!!” y nos damos un abrazo que por ser el primero, no es el menos
relevante, porque viene con la carga de todo lo que ya nos hemos dicho y conocido
en el mundo virtual, que la mayoría de las veces -si no sos muuuuy fantasma- se
parece mucho a quienes somos en realidad.
Aristotélico pensamiento:
somos seres sociales por naturaleza. Las formas de relacionarnos cambian así
como cambia el mundo, pero lo que no cambia es que cada uno de nosotros tiene
habilidades, incapacidades, deseos y necesidades que en tanto las comparte con
los demás, de alguna forma, contribuyen, favorecen en ese intercambio desde su
sentir o su pensar que se deposita o se establece en el pensar del otro.
Completamos lo que somos cuando somos con el otro. Si es con respeto y con
tolerancia, nos “empatizamos” y acabo de inventar el verbo…creo.
Hoy tuve una larga discusión
sobre el uso de las redes sociales. Nadie salió airoso/a. Pero sobre el final,
quien me contradecía, me dijo: “pero ¿no tenés un poco de miedo o capaz de
pudor de compartir tu vida de forma gratuita en las redes sociales?”.
A lo que contesté: “No,
ciertamente que no. En primer y fundamental lugar, porque yo hablo y comparto
lo que quiero y lo que no, no. Al que se cree que me conoce toda la vida porque
me sigue en las redes, podríamos irle avisando que no tiene ni un 30% de la
información real de lo que me pasa. La “info” completa va solo para mis
amigos/as: los/as de verdad. Así sea en vivo, por teléfono o por un interno en
las propias redes sociales. Ellos y ellas son y serán, los y las elegidos/as.
Son los/as que necesito para vivir. Ellos/as saben quiénes son y yo también.
En
segundo lugar, porque aunque no existieran las redes sociales, yo seguiría
siendo que soy. Bastante transparente, muy embanderada con mis pasiones”. Así
que me dio por teclear estas insensateces que concluyen en lo del título y
capaz algunos/as hacen acuerdo: si les gusta o si les interesa…por mí,
revísenme las cuentas, en el intento de hallar incongruencias, difícil que las
encuentren. Y si es de puro chusmetas nomás: a mí, plín. O capaz: cri cri.
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