Salvador da Bahía: ¡eu só quero voltar!

El sábado 14 de enero de 2017, a las 10 de la mañana, en la playita de Porto da Barra de Salvador de Bahía, sentados en cómodas sillas y bajo amplia sombrilla, en una mañana esplendorosa con 30 grados y sol pleno; Charly me dijo: “tenés que contar sobre este viaje. Tenés que “contar” Salvador. Si yo pudiera escribir como vos, lo contaba”. “¡Obrigada!”, dije yo, pero pensé: “¿cómo o desde dónde contar qué cosa?”.

Cómo incluir en un relato breve un sitio tan exultante, tan pletórico, que durante 8 días de nuestras vidas movilizó hasta lo más hondo de nosotros mismos…todavía lo estoy pensado.
Yo pienso con las yemas de los dedos, así que suelto tecleos, disparates y sensaciones para ver si logro dar una idea mínima que sea como un pantallazo para los/as que no han estado por allá. Los que sí, me dirán si están de acuerdo o agregarán sus comentarios y seguro saldremos enriquecidos.

No dudo que ustedes han visto esas fotos de portones o rejas con cientos de cintitas de colores del Senhor do Bon Fim que se hamacan suavecito con la brisa. ¿Las han visto? Bueno, esa imagen…eso es Salvador. Es color apretujado, es movimiento, ajetreo que vibra, cadencia, es luz, mucha luz, es alegría, es símbolo y representación pero a su vez es ella misma: una cintita apenas. Todas y una. Cada quien es Salvador pero todos juntos, completan la idea “Salvador da Bahia”.

Es exterior estruendoso y es tan humilde, tan íntimo…como esa cintita de color que se une a otra cintita que se prende a una reja que acompaña a la que está al lado que se deja agitar con la brisa que se suelta pero poquito porque al final se queda para ser parte. Eso…o más o menos eso, se me antoja Salvador.

La naturaleza les fue más que pródiga: los bendijo y eso es no negociable. Pero lo más bello que tiene Salvador, es que la gente se adueñó de esa belleza. La incorporó a su vida. Ahora se usa decir: se apropió.

Al apropiarse de tanta belleza, lo que lograron fue ni más ni menos que duplicarla.
Algunos referentes como Jorge Amado o Vinicius de Moraes contribuyeron, sin duda. El resto, lo hizo la gente de a pie y de trabajo. Cada día de sus vidas sumaron a esa empresa.

No sé si me explico bien. Tengan en cuenta que estoy tirando sentires.

Los bahianos y bahianas saben bien lo que tienen y lo ofrecen con alegría y generosidad.
Donde sea que estés te van a preguntar dos cosas: de dónde sos (y si sos de Uruguay, se les ilumina la cara) y si te gusta Salvador.

Claro que a vos no te alcanza el chapuceo en portuñol para decirles que te encanta, que estás feliz, que es todo tan lindo, que te tratan tan bien. Bueno, pues con tu portuñol más horrendo o con tu español más claramente amplificado en voz y gestos, te entienden. Te lo agradecen y yo creo que de alguna manera se dicen para adentro: “¡lo estamos haciendo bien!”.

Estuvimos en todos los lugares más emblemáticos. Tanto como pudimos en 8 días. Salvador es para quedarse un mes…a las risas. De todos los lugares sacamos belleza.: una playa, una calle, un graffiti, un boliche, la procesión del “lavagem do Senhor da Bon Fim”. Todo.

Pero no por la belleza del paisaje tipo…”vine, me gustó, saqué la foto, qué lindo, suertempila”. No, no. Belleza de la que se incorpora y te queda prendida del corazón. De la que te hace preguntarte cosas todo el tiempo o te hace brindar por ellos. Por ejemplo: yo tengo aún la sensación que todos aquellos morros plagados de viviendas unas arriba de las otras, que a veces son favelas y otras veces no, son bonitas casas…se van a caer un día…que no puede ser que aquellas tierras altas se queden eternamente quietas sosteniendo ese peso desmedido…que me aterra pensar en cómo llegan las personas a sus casas allá en lo alto cada día, con qué cansancio, con qué fuerza.

Que la tierra es roja, roja como la sangre. Y cuando llueve, son como ríos de sangre y por eso Río Vermelho…pero yo que no paro de pensar todo, veo la lluvia sobre la tierra, y el agua roja y ya me pongo a imaginar la colonia y los portugueses y los esclavos y el dolor y el trabajo que costó construir esto para que sea “esto” y para que yo esté acá, tan frívola, sacando fotos de los morros que son rojos y un día cualquiera son ríos rojos que fluyen y tiñen la vida de Salvador. Qué cosa los sostuvo para hacer esto, qué les dio soporte. Sus tradiciones, sus dioses, sus diosas, sus músicas, sus bailes. Todo eso que hoy te muestran con orgullo y pertenencia. Porque creen en eso. Como si fuera ayer, aunque sea hoy.

El mar también es amigable: cálido y transparente. ¿Se precisa alguna otra cualidad para ser amigable? Yo creo que basta.

Cada playa tiene su mar. Casi igual al otro, pero en realidad no. Porque no da lo mismo ser verde que ser turquesa. Ser fresco que ser cálido o caliente. Ser impetuoso o calmo. Claro que no da lo mismo. Cada cual marca su diferencia y se suma a integrar con el otro de más allá.
En Salvador se amanece muy temprano y se atardece igual. A nosotros no nos costó nada sumarnos a esa sincronía con la luz. Nunca en mi vida me desperté a las 6 de la mañana contenta y dispuesta como en estos días. Nunca me acosté rendida a las 8 y media de la noche y ni un reproche. Al contrario: a las risas, comentando que a esa hora en Montevideo, recién estamos empezando a ver el informativo…

Queremos volver, claro.

Yo -que soy exagerada, soñadora y loca- me quiero ir a vivir.

Pero si me pongo seria y reconozco que este es mi lugar, el de montevideana…entonces, doy gracias por poder haber estado ahí: gracias por el Pelourinho, Itapuá, la Ilha dos Frades que es el paraíso que pudiste imaginar, por Praia do Forte, por el sol y por la sombra, por las piedras desparejas, por los pies cansados, por el arte callejero, por la comida y los olores, por la música, por las campanas de las iglesias a las 12, por los orgullosos trajes típicos a cada paso, por el placer de meterse en el agua cálida y abrir los ojos para tragarse la transparencia toda, por la arena, por el agua de coco, por los atardeceres, por los repechos agotadores, por las sonrisas blancas y francas en las caras negras, por los flacos que corren con 20 sillas arriba de la cabeza para acomodarlas antes que vos llegues a la playa, por la bella joven que me sirvió la cerveza en la playa y a la que no puede menos que decirle con timidez “me disculpa pero…voce e linda de mais”, por su sonrisa que no me voy a olvidar, por tanta empatía que puede ofrecerse desde cada gesto en una ciudad que de por sí es hermosa pero además, está la gente para regalártela envuelta y con moño por un rato…qué sé yo…gracias Salvador por estar ahí y porque cuando me estaba yendo lo único que dije en mi peor portuñol fue: “eu só quero voltar”.


Comentarios

  1. Precioso y sentido relato de lo que nos deja para siempre en el alma visitar Salvador. Eu tambem quero voltar !!!!!

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