Un buen fierrazo

La historia del accidente comienza de esta manera: un día estábamos en clase de Historia del Arte hace unos cuantos años ya, en Facultad de Humanidades, con Alberto Mazzini, y estaban tirando cosas, porque iban a refaccionar una parte de la Facultad. 

Yo, que soy casi Diógenes, vi en un rincón con otras porquerías, un pedazo de un banco de escuela, digamos el costado lateral de hierro con su posabrazo de madera que viene a ser lo que sumado a otro igual del otro lado, mantiene las tablas que forman el banco. ¿Me voy explicando? Bueno, fue entonces cuando dije: “Ah, yo me lo llevo, es igualito a mi banco de la escuela, lo quiero”. Alberto me dijo que no. O me miró como para matarme…fue algo así, la verdad no me acuerdo bien. Terminada la clase, no sólo me lo llevé sino que convencí a Alberto que fue quien lo cargó y bajó por las escaleras porque pesaba como la culpa el artefacto. En tanto cargaba, protestaba: “yo no puedo creer…para qué querés esta porquería…qué vas a hacer con esto, hay que joderse contigo…”. Yo como si nada: “algo voy a hacer, algún día se me va a ocurrir alguna cosa, mientras tanto me gusta y me lo llevo”. Claro, estábamos cursando Historia del Arte y viendo Arte Contemporáneo. A mí me volaba la cabeza con las instalaciones y todos esos rollos tan “pros”. 

Bueh…esta larga – pero necesaria- introducción es para contar que jamás me separé del artefacto, que siempre estuvo por ahí, porque nunca se me ocurrió nada para hacer con él. Lo mío más bien pasa por las letras o a veces meto alguna foto que paga la pena…pero para la escultura, más allá del arbolito de Navidad hecho con tapitas de plástico, la verdad…no llego.

¿Pero cómo que no servía para nada aquella pieza de museo? A todo chancho le llega su San Martín, decía mi abuela. Hoy me lo tiré con todo su magnífico peso de hierro y madera con el que Alberto Mazzini casi no podía, encima de mi pie izquierdo. ¿Han visto? Sólo es cuestión de tener paciencia, ¡todo llega en esta vida, chic@s!

Salí al patio tempranito, con esa energía que me caracteriza a las 8 de la mañana, tipo conejito de Duracel –cosa que voy perdiendo de a poco así pasan las horas y termino como una velita, me soplan y caigo, tal cual- y como había llovido y estaba todito sucio, me puse a barrer, corrí de lugar el mamotreto que nos ocupa en este relato, lo apoyé en la pared de enfrente…y se ve que lo puse muy vertical o algo, pues le dio por reconocer a la ley de gravedad encima de mi pie. 

Unos minutos grité más que cuando parí a mis hijos, se asustaron los vecinos, puteó en arameo Charly y siguió el escandalete unos 10 minutos, hasta que me calmé un poco porque Charly me puso hielo, me encajó un Actron 600…ah sí, y también una mordaza, cierto.

Después me anunció: “mirá ese pie…vamos al Americano ahora”.

Dije: “ahora no puedo, me tengo que ir al Centro a hacerle “tal” mandado a mi mamá. Yo se lo prometí anoche”.

Charly dijo: “yo contigo no puedo. Hacé lo que quieras”.

Yo le dije: “Sí. Mejor. Ah, me llevo el hielo”.

Lo último que dijo Charly antes que yo saliera fue: “razoná, por favor, mirá cómo estás... tomate un taxi, un Uber”.

Le dije que sí y me tome el 141 en la esquina. Había asientos. Me puse hielo todo el tiempo, lo juro. La gente me miraba, a qué negarlo.

Una cuadra me quedaba el mandadito desde la parada. Puse media hora…

Compré, pagué, llamé un Uber. Fui a lo de mi mamá, le dejé el paquete y la preocupación por mi pie, pobre veterana, y seguí para el Americano. En donde también pasaron muchas cosas, no vayan a creer que me aburrí. Estuve casi 7 horas en el full service, imaginen. 

Saqué algunas conclusiones como por ejemplo, que a los del Seguro Americano, o algo así se llama, que no son FONASA, los atienden primero…faltaba más, para eso pagan mucho.

Otra cosa que puede inferir es que una vez que te ve un médico, te pregunta, te revisa, y te encajan un circuito. Sea lo que sea, es con circuito. Cuando pasás para el fondo, digamos en dónde te van a atender, hay una sillones muy cómodos –tipo Divino- y ahí todos y todas sentaditos y sentaditas cada cual con su circuito. Si no tenés circuito, no va, mi santa.

Lo otro que es muy divertido es que estás en un apartado en el que hay 10 sillones, 5 de un lado y 5 del otro, y es como estar en un boliche: ahí se conversa. Falta la cerveza pero tenés tu propio circuito. No te podés quejar. Claro que se conversa de lo que te pasó, si te duele, si te está pasando, si llega el especialista, si te hacen placa o resonancia…todo muy edificante.

Y bueno, así fue que el artefacto se convirtió en arma letal que me quiso aplastar mí mísero pie nro. 35, pudo haber sido fractura pero no lo fue y el traumatólogo que al final llegó y era muy canchero, me dejó dos frases memorables:

1 – “Fractura no hay, puede haber alguna fisurita porque es un lugar de muchos huesos pequeños, pero no se ve en la placa. Lo tuyo fue un golpazo celestial”. Chan.

2 – Pregunté si iba venda o algo y el tipo sentenció: “sería bueno, pero no, ¿sabés por qué? Porque al enemigo hay que tenerlo de frente y verle la cara”. Chan nro. 2.

En fin…sorpresas que da FONASA cuando a una se le cae un fierro asesino en el piecito: hay traumatólogos poetas.

Y esta ha sido la historia que me encuentra en el sillón, con el pie entre almohadones y morado del frío por el hielo, pero si la cuento con humor y ustedes se divierten un rato…yo contenta, a pesar de los pesares. Que no decaiga, eh?

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