Ranas o sapos

Esto de juntarnos los fanáticos de Cuque Sclavo en un grupo en Facebook y ponernos a reflotar notas, fotos, tirar letras, me tiene bien contenta y entusiasmada.
Creo que también voy a deslumbrar a mi mamá —la “hermana de leche” del gran Cuque—, que es anticomputadora, antivirtualidad.  Seguro que cuando venga a tomar unos mates a mi casa y le muestre las publicaciones, las fotos, se va a poner feliz y se va a emocionar, calculo.
A mí me pasan varias cosas. Pero sobre todo me pasa que desde que se fue Cuque hace unos pocos días y tiré algunas letras para homenajearlo y decirle “hasta luego”, he recuperado Sclavo(s).
Primero Ernesto, luego Laura, Patricia, Claudio. Mails que van y vienen. Nuevas amigas/os. Largas charlas en el chat de Facebook, fotos comentadas. 30 años de cosas para decirnos.
Es como que si el hecho de que Cuque se haya ido en su muerte viene dando tanta vida y tanta palabra, acercando tanto vínculo. Es como que hubiera un cometido aún en un hecho bien triste de esta vida, triste como que Cuque no esté por acá. Porque triste es que no pueda escucharnos o leernos a nosotros, los de la generación siguiente (aunque alguien hubiera que tenido que hacerle llegar los impresos porque también él —como mi mamá— era un negador de estas herramientas virtuales).
Lo que no es triste para nada es que yo no pare de traer recuerdos de mi infancia y de esa familia.
De la chacra de Pando: de Pirulo y Gloria, de sus hijos Laura y Felipe, de los perros, de los caballos y de todo el bicherío reinante que en mis ojos de niña de Montevideo que vivía en un apartamentito a dos cuadras de la Avenida 18 de Julio, eran sencillamente, el paraíso mismo.
De golpe me acordé que un día en la chacra de Pando me asustó un sapo. O una rana, vaya a saber. Yo nunca había visto en vivo y en directo bicho similar. Lo mío eran perros, gatos o palomas. Y alguna recorrida por el zoológico apenas.
Al otro día, muy  tempranito de mañana,  Gloria me vino a despertar porque me había prometido que podría acompañarla a ordeñar a las vacas.
Y cuando abrí los ojos me dijo: “mirá lo que tenés ahí, en la mesa de luz”.
Tenía un frasco con una rana o quizás un sapo, no sé. Para mí era tan desconocido/a como glorioso/a.
Y me dijo: “tu “tío Pirulo” lo cazó para vos, pero sólo lo podés dejar encerrado en el frasco por el día de hoy. Le vas a dar de comer…algún insecto, ya veremos. Pero mañana a esta hora, lo dejás que se vaya”. Y sí, para que siguiera con su vida.
Bueno, este cuento no tiene que ver con Cuque, eh? Sí con su hermano, su cuñada, sus sobrinos.
Pero no dejan de ser recuerdos de esa familia que tuve la suerte de tener cerca.
Son recuerdos “desde el paraíso” y acá está Cuque.
Son de una familia generosa y sensible.
Decir que Cuque era parte y tenía esas mismas cualidades enraizadas, está totalmente de más y cualquier lector de Cuque y de estas letras sin importancia, lo entiende perfectamente.
¡Salú y salú! A Cuque que no está — pero está en nosotros— y a cada Sclavo que vengo recuperando con absoluta alegría y agradecimiento de los afectos que esta loca vida, redondita, saca y da. Hasta luego y siempre, a los sapos, a las ranas, a los Sclavo(s) libres.

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