Que cuando escampe parezca nuestra esperanza
Dolores hoy es dolor: homónimos.
Duele Dolores como duele cualquier lugar que es parte de tu
mundo chiquito, ese mundo tuyo y rutinario, el que cohabitás hasta sin darte
cuenta. No te pasás la vida acordándote de los que viven en el norte, o en el
litoral o en el centro. Solamente, están ahí. Pero un día, pasa algo tremendo y
tomás conciencia de golpe que son tus iguales, que están en el mismo territorio
y que en treinta segundos la vida los dio vuelta. Literalmente, los dio vuelta
cual si fueran medias.
Como les pasó a ellos, te puede pasar a vos. Mil películas
te pasan por la cabeza. La peor película imaginarte que harías vos y que te
pasaría si estás como cualquier día, sentada en la oficina y un tornado,
huracán o lo que sea que esta Tierra hecha estragos nos está cobrando y nos
tira encima, se lleva volando la vida de los tuyos. Pensarías en cada uno, y en
qué orden y dónde estarán y cómo estarán y qué carajo hacés si es que estás
bien y zafaste. Para dónde arrancás. Dónde están las prioridades. Cómo llegás y
hasta quién primero y segundo y tercero y quinto. Jodida película: cine
catástrofe del bueno.
Tantas pérdidas. Las más terribles: las vidas, claro. Las
que no se arreglan con ningún esfuerzo. Los que están enfermos, los que
perdieron como dice la canción: “su casa, sus amigos y sus bienes”. Los
desolados.
Te vas poniendo de a poco en los zapatos de cada uno, o
tratando de imaginar. Qué poca fortaleza la tuya si has llorado o creído
enloquecer porque se te tapó un caño, hacete a la idea de lo que es perder tu
casa, que es sinónimo de: refugio, bienestar, recuerdos a mano, tu casa que sos
vos misma en cada rincón, libro, estante o planta.
Es fuerte pensarlo así.
Después se te pasa ese estado de shock y locura y te sale
del centro del pecho: “algo hay que hacer”. Y entonces hacés. Cada uno va
haciendo. Lo que puede, lo que siente, lo que le dan las fuerzas. Cada uno
acompaña. Algunos ponen plata, otros compran cosas, otros piden cosas para
hacerlas llegar a otros, otros laburan, otros no duermen, otros leen cuentos o
cantan canciones, otros cocinan, o manejan, o se arriesgan en la tormenta, o
rezan. Otros rezan y confían.
Hay de todo. Pero a todos les importa lo que pasa. Las ganas
salen de cualquier lado y como resultado se van convirtiendo en hechos que
ayudan o al menos aportan. Capaz soportan. No es poco. O sí.
Pero te vuelve el alma al cuerpo. No estás en el lugar de
los que lo perdieron todos, pero caes en la cuenta que te sentís mejor ahora.
Como que te encaminaste. Vas pensando para los otros.
En ese punto mismo, Dios somos nosotros. O son ustedes. No
importa. Somos todos. Justo ahí te empezás a sentir un poco menos infeliz y
pensás que falta poco - o menos - para que escampe y parezcamos todos nosotros
juntos, nuestra propia esperanza.
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