GRIS PLOMO
¿De dónde salen las armas?
Desde ayer de noche que supe de la injusta muerte de ese chiquilín de 16 años, estoy pensando en eso. Un grupo grande de adolescentes se pelea sin necesidad de un buen motivo en cualquier esquina de Montevideo …pero no termina la trifulca en piñazos, patadas o alguna piedra. Termina con un tiro que le quita la vida a un chiquilín que estaba arrancando su camino.
¿De dónde salen las armas? Salen de una armería, se compran. Hay que ser adulto, hay que presentar el documento, hay que tener un permiso, hay que tener la plata, seguramente no poca. Y hay adultos que compran armas y las tienen en un cajón de la mesita de luz. Porque sí las tienen, para defenderse llegado el caso. No saben usarlas, pero a quién le importa, llegado el caso - como decía - tanto les da. Viven con otras personas esos adultos que tienen armas: en su entorno hay niños, hay adolescentes, hay otros adultos que tampoco saben cómo usarlas.
Yo conozco una familia que tenía un arma por allí en la casa y que vivió una tragedia porque un día su hijo adolescente la fue a buscar, se la mostró a unos amigos por orgullo o por broma...vaya a saber, el caso es que se le escapó un tiro y el fin de la historia ni la querrán saber.
Un arma no es una piedra ni es un palo ni un spray que hace llorar los ojos. A mí me aterran por su poder. Aún en esta sociedad donde la violencia se va instalando, me aterran.
Y yo creo que hoy, acá en Montevideo, debe haber más gente pensando en eso, en la conveniencia o no de tener un arma.
Hay también hoy en Montevideo, una mamá y un papá sepultando a su hijo de 16 años. Esos dos hoy no piensan, quién sabe cuándo van a poder pensar de nuevo, hoy solamente se quieren morir para dejar de sentir el dolor.
Lejos de ellos, lo más lejos que se pueda, debe de haber un papá o una mamá pensando que su propio hijo, que seguramente también es adolescente, fue el culpable de esa muerte. Y deben estar pensando que esa arma salió de un cajón cualquiera de un mueble de su casa. Que no fue suficiente explicar: “esto no se toca, no es juguete, es de verdad”.
Yo no sé si es que no puedo salirme del lugar del adulto. No estoy diciendo que los padres del matador tienen la culpa de la muerte de ese chiquilín. Digo que tienen una responsabilidad social que empieza por su casa, por ser portadores de un instrumento que quita vidas.
Porque un adolescente es un ser impulsivo, que no mide consecuencias, que no reflexiona antes de hacer, que se mueve por instinto, que se regodea en sobresalir a cómo de lugar y que ama el vértigo como si fuera un fin en sí mismo.
La vida a este chiquilín no se le puede devolver. A aquel otro que se llamaba Rodrigo, el que jugaba en Aguada, tampoco.
Encontrarán al culpable de esta muerte seguramente. Irá preso, o sea, tendrá una vida destrozada, marcada siempre por lo que hizo ayer de noche.
Pero los adultos que aquí vivimos, los que firman por la baja de la ley de imputabilidad y los que están en contra, todos - más allá de las declaraciones de los políticos de turno sobre el tema - tendrán que pensar sobre eso.
Pensar con su propia cabeza si vale la pena o no.
Si estamos en el Lejano Oeste o un poco más al sur.
Si se puede resolver el tema de la seguridad de otra manera.
Si el plomo no será un material demasiado definitivo.
Abordar el tema no resuelve la violencia, pero me parece un pendiente ineludible. Es de adultos hacerlo y corresponde. A la irresponsabilidad, tolerancia 0.
Desde ayer de noche que supe de la injusta muerte de ese chiquilín de 16 años, estoy pensando en eso. Un grupo grande de adolescentes se pelea sin necesidad de un buen motivo en cualquier esquina de Montevideo …pero no termina la trifulca en piñazos, patadas o alguna piedra. Termina con un tiro que le quita la vida a un chiquilín que estaba arrancando su camino.
¿De dónde salen las armas? Salen de una armería, se compran. Hay que ser adulto, hay que presentar el documento, hay que tener un permiso, hay que tener la plata, seguramente no poca. Y hay adultos que compran armas y las tienen en un cajón de la mesita de luz. Porque sí las tienen, para defenderse llegado el caso. No saben usarlas, pero a quién le importa, llegado el caso - como decía - tanto les da. Viven con otras personas esos adultos que tienen armas: en su entorno hay niños, hay adolescentes, hay otros adultos que tampoco saben cómo usarlas.
Yo conozco una familia que tenía un arma por allí en la casa y que vivió una tragedia porque un día su hijo adolescente la fue a buscar, se la mostró a unos amigos por orgullo o por broma...vaya a saber, el caso es que se le escapó un tiro y el fin de la historia ni la querrán saber.
Un arma no es una piedra ni es un palo ni un spray que hace llorar los ojos. A mí me aterran por su poder. Aún en esta sociedad donde la violencia se va instalando, me aterran.
Y yo creo que hoy, acá en Montevideo, debe haber más gente pensando en eso, en la conveniencia o no de tener un arma.
Hay también hoy en Montevideo, una mamá y un papá sepultando a su hijo de 16 años. Esos dos hoy no piensan, quién sabe cuándo van a poder pensar de nuevo, hoy solamente se quieren morir para dejar de sentir el dolor.
Lejos de ellos, lo más lejos que se pueda, debe de haber un papá o una mamá pensando que su propio hijo, que seguramente también es adolescente, fue el culpable de esa muerte. Y deben estar pensando que esa arma salió de un cajón cualquiera de un mueble de su casa. Que no fue suficiente explicar: “esto no se toca, no es juguete, es de verdad”.
Yo no sé si es que no puedo salirme del lugar del adulto. No estoy diciendo que los padres del matador tienen la culpa de la muerte de ese chiquilín. Digo que tienen una responsabilidad social que empieza por su casa, por ser portadores de un instrumento que quita vidas.
Porque un adolescente es un ser impulsivo, que no mide consecuencias, que no reflexiona antes de hacer, que se mueve por instinto, que se regodea en sobresalir a cómo de lugar y que ama el vértigo como si fuera un fin en sí mismo.
La vida a este chiquilín no se le puede devolver. A aquel otro que se llamaba Rodrigo, el que jugaba en Aguada, tampoco.
Encontrarán al culpable de esta muerte seguramente. Irá preso, o sea, tendrá una vida destrozada, marcada siempre por lo que hizo ayer de noche.
Pero los adultos que aquí vivimos, los que firman por la baja de la ley de imputabilidad y los que están en contra, todos - más allá de las declaraciones de los políticos de turno sobre el tema - tendrán que pensar sobre eso.
Pensar con su propia cabeza si vale la pena o no.
Si estamos en el Lejano Oeste o un poco más al sur.
Si se puede resolver el tema de la seguridad de otra manera.
Si el plomo no será un material demasiado definitivo.
Abordar el tema no resuelve la violencia, pero me parece un pendiente ineludible. Es de adultos hacerlo y corresponde. A la irresponsabilidad, tolerancia 0.
Cómo duele todo!
ResponderEliminarsi, Bea...como madres, como abuelas...como gente nomás,duele y para dónde arrancar!
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