UN CUENTO DIBUJADO



Soñé que escribía un cuento dibujado…es raro porque si algo no sé es dibujar, soy pésima.

Yo abría una tela blanca muy grande, más grande que una sábana de dos plazas, y con un marcador negro dibujaba un barrio, o varias manzanas de un barrio, vistas desde arriba, como desde una nube.

Calles,veredas, carteles, semáforos, una plaza, casas bajas, edificios altos, negocios. Se iban abriendo puertas y ventanas para dejar salir gente. Se hamacaban las ramas vacías de los árboles con el viento del sur que se hacía sentir. Salían a la calle los perros y los gatos. Era invierno, como ahora.

Se amontonaban los diálogos y las historias sobre la sábana, se mezclaba todo y al mismo tiempo, primero en murmullo y luego en ruidosa y ciudadana algarabía acompañada de colores que iban llenando la tela de vida de colores llamativos.

Una mezcolanza de sentidos, lindísimo de ver y de oír, porque yo estaba parada arriba de la nube, viendo y oyendo lo que pasaba en la tela. Apurándome en mirar, para no perderme detalle.

Me asustó el portazo que dio un señor que salió corriendo de su casa de planta baja para subir ágilmente a su auto y arrancar como una flecha.

Me preocupé con el dueño de la carnicería que no lograba destrancar la persiana de la vidriera…- en cualquier momento aparece el cerrajero- pensé.

Me estiré para verle la carita al bebé que iba en su cochecito, su mamá maniobrando entre baldosas rotas y preocupándose por taparlo bien con la bufanda rayada.

Me interesé especialmente por la conversación de dos vecinas con el dueño del puesto de frutas y verduras, lo tenían cercado…algo más importante que el precio de los tomates se estaba tratando en esa tertulia, seguro…

El ómnibus pasó de largo y una señora muy abrigada se decepcionó con gesto de pena y siguió esperando resignada.

Un perro negro con manchitas blancas y pinta de matón le ladró al gato gris que trepaba el árbol, de puro gusto, qué ganas de marcar presencia, pensé…

Se apuraban dos chiquilnas que seguramente iban al liceo…se reían del día que tenían por delante y se acomodaban camperas, mochilas y pañuelos.

Un taxi tocó bocina y pasó a propósito sobre un gran charco, salpicando a una bonita señora de trajecito, botas de punta fina y gran cartera…una lástima las manchas en su prolijo aspecto...

En esa misma esquina cruzó un adolescente distraído, enchufado en auriculares y tecleando en su celular, claro que no vio a la señora, ni al taxi, ni al charco.

Los hurgadores en su destartalado carrito, sí que se dieron cuenta... y se rieron bastante…para olvidar el viento helado de la mañana, sus abrigos gastados y la falta de un buen café con leche.

En el bar de la esquina estaban el mozo y un señor que tomaba un cortado y se acomodaba los lentes para leer el diario sin apuro, qué envidia me dio su tiempo lento. La cumbia altisonante que entonaba la radio del lugar, parecía no molestarlo.

En la plaza el cuidador charlaba animadamente con el limpia vidrios, que hacía ademanes bruscos y lo salpicaba con restos de agua de su lampazo. Al otro no le importaba, hablaban de cosas importantes.

Una señora abrió la ventana y regó con esmero un geranio que colgaba de la reja, pensé que debía estar sola, pero por la ventana veía el mundo.

Como yo, que veía el mundo desde la nube, atentamente participando de la vida de los otros, en cualquier mañana de invierno de Montevideo.

Y pensé cuando recordé el sueño, que morirme no sería tan malo…si acaso hubiera una nube para pararme, un marcador y una sábana para dibujar un barrio de Montevideo con su gente, que de a poco se llenara de ruidos, colores, diálogos e historias para contar…y yo mirando y viendo, desde lejos, pero con ellos, en una eternidad tan acompañada…

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