PALOS

Es fácil acá sentada en mi escritorio, con tiempo suficiente porque estoy de licencia médica y una taza de té de limón al lado; escribir sobre las noticias de hoy. Opinar y hasta juzgar. Porque juzgar (dice la RAE) también es “formar opinión sobre algo o alguien”, no es sólo dictar sentencia.

Tengo tiempo y ganas de escribir mi opinión con respecto a este asunto de los chiquilines que mataron a palos a una perra. El video no lo vi ni quiero. Con la crónica me alcanza, si veo las imágenes, sueño una semana. Es una atrocidad. Es la violencia por la violencia misma, no me vengan con la historia de que la perra los había mordido tiempo atrás. Si así hubiera sido y la perra era tan brava, difícil lograr meterle la cabeza en una bolsa de plástico sin antes tenerla anestesiada. Eso es mentira.

Repudio el hecho. La apalearon porque sí o por diversión o porque los animales no les mueven ni un pelo o porque no conocen la consideración por otros seres, qué se yo. Horrible por donde se lo vea.

Pero hay más sobre el tema “violencia” en este boletín. También hoy el Ministerio de Desarrollo Social dio a conocer que en nuestro país de cada 100 niños, 84 sufre maltrato en su propio hogar. Y esto ya no sólo es atroz, ni horrible, ni es un hecho aislado, ni le pasa al “otro”. Esto nos pasa a todos y acá. Y todos nos decimos: “esto no nos puede estar pasando”. Pero sí. De cada 100 niños que conozco o conocés, a 84 los maltratan en su propio entorno, puertas adentro. Hoy, acá. No en Indonesia, acá al lado. Son tus vecinos, o los compañeros de escuela de tus hijos o nietos, o te los cruzás todos los días en el almacén. Les gritan, les pegan, les faltan el respeto, los educan en ambientes violentos y sin tolerancia, los agreden sin motivo y en reiteración. 84 de 100 se crían y crecen en la hostilidad y casi siempre, en el silencio hostil.

Y aún con esos números que hablan por sí solos, cuando nos enteramos del despropósito entre los tres adolescentes y la perra, todos nos preguntamos: ¿de qué hogar vienen? ¿O de qué abandono vienen? ¿Quién los educó y les enseñó valores? ¿Qué infancia tuvieron? ¿Qué amigos tienen? ¿Cómo no les duele - o les hace temblar la mano al menos - el dolor y la sentida queja del dolor del otro? ¿Qué adultos van a ser dentro de poco? ¿Cómo van a criar a sus hijos? ¿Será que las conductas de violencia se repiten? Y capaz que sí, no? Capaz que esos gurises del triste incidente son (o fueron hace poco) parte de esos nefastos números que dio a conocer el MIDES.

¿Qué vamos a hacer? La clase política, las instituciones, los ciudadanos como colectivo, ¿mirar para el costado? ¿Seguir haciendo estudios sociales y analizando las estadísticas? ¿Vamos a ver otros videos parecidos o leer otras crónicas de violencia desde el living de casa y pensando - en el más vil de los reduccionismos - que eso le pasa a otros y nosotros no tenemos nada que ver o hacer para revertirlo?

Yo no tengo las respuestas, pero tengo la cabeza abierta para pensar y las ganas de hacer o acompañar las iniciativas que permitan pegar un giro total y decir con humildad que por este lado no va, quizás por este otro y entre todos… con la responsabilidad de cualquier mujer adulta, que es madre, abuela y vive acá. Cada uno en su lugar y con sus posibilidades, algo se podrá hacer, abriendo una ventana a la posibilidad de transformación y a la propuesta.

Creo que fue Walter Benjamin que dijo que donde empieza la violencia termina el derecho. Y donde avanza la violencia, termina todo, digo yo…

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