DE COMPUTADORAS Y GENTES MAJADERAS...
Como suelo hacer siempre – rasgos típicos de hija única que no se esfuman con los años - cuando algo se me antoja, insisto hasta que los demás sucumben o definen terminar con el tema tirándome por la cabeza el motivo de mis desvelos.
Hace unos días a Charly se le ocurrió decirme que mi computadora estaba muy lenta, que había que actualizarla, que ya tenía varios años y que como el uso que yo le doy es desmedido, sería bueno comprar un nuevo disco, o sea, una torre nueva. “Si querés te la regalo para Papá Noel”. “No – dije enfática – si vas a gastar tanta plata, con un poco más, me regalás una laptop”.
Ardió Troya. Que nunca estás conforme con nada, que sos una caprichosa, qué para qué querés una laptop si tenés tu propio escritorio con todo armado para tener tu computadora allí, bla bla. Yo, que no soy Helena precisamente, dije: laptop. Laptop o nada.
Al principio no transó y yo di una respuesta acorde a las circunstancias: “compráme lo que quieras, no me importa, yo me voy a comprar una laptop”. Chan.
Hombre serio que es, de una sola palabra, íntegro, responsable de sus dichos y firme hasta las últimas consecuencias, me regaló la laptop la noche de Navidad, como a las 2 y media de la madrugada (es decir, cuando yo había perdido toda esperanza) y con una sonrisita cómplice me dijo: “uy, pero qué sorpresa, yo no fui, eh? Fue Papá Noel, vos viste que yo estuve todo el tiempo contigo!”.
Como dice la canción ♪♪“cuando te vi, me enamoré” ♪♪. Es maravillosa la Samsung. El día de Navidad me levanté pensando que me lo había soñado o eran efectos de la ingesta de alcohol, pero no, era “deendeveras”. Como Wi-Fi en casa no había, Charly dijo: “hoy usá la otra para conectarte, mañana es lunes y vemos”. Pero la otra, mi computadora compañera, la de años bancándome mis exigencias y desprolijidades, la que no se quejaba ni cuando le tiraba la ceniza del pucho o la yerba del mate, se negó. Así nomás. Sin explicaciones.
El lunes vino el técnico, Charly me llamó a la oficina para decirme: “ya tenés todo pronto, tenés Wi-Fi, módem nuevo y se llevaron la compu vieja”. No me animé a decirle –porque a veces siento que los cuchillos se desarman y pasan por las líneas de teléfono para renacer poderosos y agujerear orejas- lo que estaba pensando: “¡Pero si no me despedí!”.
Y así nomás fue, nunca más la vi. Hay dos grandes huecos en mi escritorio espacioso de madera oscura, el de la torre (en algún momento habrá libros ordenados que hoy pululan por doquier) y el del monitor. Porque la laptop entra perfecta y queda muy cómoda en el estantecito extraíble que sostuvo antes el teclado. Hay mucho vacío en mi escritorio. Y un gran vacío en mi cabeza que no me permitía teclear una letra, vislumbrar una idea, todo era un gran hueco blanco como nube de historieta sin texto.
Hasta hoy, que decidí arrancar por donde se debe, por el principio. Que es agradecer y hacer este homenaje a mi fiel amiga que se fue a morar a otro escritorio. Estoy encantada con mi laptop, me la llevo a la cama cuando me acuesto temprano para chatear con los amigos; a la azotea mientras tomo mate entre mis plantas. Es rápida y tiene Windows 7, que me entrevera un poco, pero seguro es mejor.
Desde ya, creo que ustedes estarán de acuerdo conmigo en dos cosas: la primera, que es mi vieja computadora, siempre motivadora, la que hoy me hizo salir del silencio y nuevamente me arrancó un impulso para escribir. La segunda, que soy insufrible.