Alicia en el Botánico
Martín sabía. Sabía bien que no la iba a encontrar allí. Aún así, al acercarse al edificio empezó a buscarla como siempre hacía. Buscarla era una forma de no perderla del todo. Esa tarde caminaba con su hijo por el Botánico y se detuvo por las dudas o por reconocer una vez más el lugar. Por esas mismas dudas se acercó a la puerta del invernadero, para tratar de recuperar algo. Aprovechó para mostrarle a su hijo esa hermosa construcción de hierro y vidrio que albergaba a todas las plantas del mundo. Pensó en decirle que ese invernadero o cobertizo además de bello era peculiar, que tenía un rasgo de refugio, pero se calló. Ya se había extendido más de la cuenta el paseo por el Prado, entre juegos y descubrimientos. El tiempo se les fue sin querer y los agarró una mansa tardecita otoñal de luz que menguaba como una luna solidaria.
Mientras su hijo miraba lo que podía en sus puntas de pie y lo interrogaba sobre la vida de las plantas, Martín miró con atención a través del vidrio empañado. Se refregó una vez los ojos, entornó los párpados y la vio. No dijo nada. La vio de espaldas y luego en breve perfil. Alicia. La vio distraída y entusiasmada, prodigando halagos a un helecho espumoso que colgaba de la esquina del muro descascarado y húmedo, olor de verde le llegó de pronto en este otoño sin su presencia. Fresco el helecho, se estiraba en las palabras de Alicia, que hablaba fuerte y sólo para Martín. La vio mover las manos como un vendaval y él creyó ver señales tardías en sus largos dedos. Cinco años habían pasado. Ahora, Martín ahí parado, con su hijo al lado, recibía para él sólo las imágenes llenas de ecos verdes. Vio lo que quiso, como pasa siempre.
Vio la tarde de verano en que estaban juntos en el Jardín Botánico. Vio el invernadero de hierro y vidrio lleno de luz. Vio el helecho de cincuenta brazos desparejos destacándose sutil en medio de las demás plantas. Vio flores grandes de colores vivos, otras en minúsculos capullos y enredaderas caprichosas disputándose las agrietadas paredes. Se vio a ellos mirando, husmeando, tocando hojas y flores con cuidado, respirando el vaho verde del húmedo lugar, felices de todo.
Esta tarde, Martín quiso pasar y mirar para adentro porque sí, sin esperanzas. Se fue como si nada, con su hijo de la mano que charloteaba en voz alta y reclamaba un helado. Se fue pensando en el helado y en otras cosas, pero reteniendo un olor verdoso en la nariz. Martín bien sabía que no había nada que encontrar en el futuro cercano que no fuera una heladería. Sabía también que solo o acompañado, siempre iba a volver al Botánico para buscar algo de Alicia, como si se tratara de montar un decorado…aunque no fuera verano, el fresco viento de abril se hiciera sentir en la cara y los vidrios estuvieran tan empañados.
Nota: la bella foto que ilustra y actuó de disparador de la historia, es de mi amigo Rubén Nocetti, a quien agradezco, desde el corazòn, por la foto y por la cercanía también.
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