Conocer San Gregorio de Polanco


Decidí venir a pasar una parte de mis vacaciones a San Gregorio de Polanco por dos motivos, sustancialmente.
Número uno: es lejos y esta vez la idea era estar lejos y tranquilos, “solos y juntos”, como dice la canción.
Número dos: es el primer museo de artes visuales al aire libre de Latinoamérica.
El primer motivo se explica por sí solo, el segundo se debe a mi fervor hacia el arte y sobre todo al muralismo; así que no podría ser más completo un lugar que es balneario, se puede tomar sol y disfrutar de los baños que todos queremos en verano y  además en cada caminata, te deslumbra el arte. Hasta cuando se va a comprar un litro de leche. Es tal cual como lo digo, la propuesta artística está en las fachadas, a cada paso casi. En edificios que son de la comunidad, como las Escuelas y en la casa del vecino de al lado.
Parecía una buena propuesta. Resultó inmejorable.
Me dediqué unos días a la búsqueda de un lugar en Internet, apelé a mis amigas que son o están acá y me dieron una mano (no, ¡las dos!) y terminamos alquilando una casa preciosa y muy cómoda.
Llegamos entusiasmados y con muchas dudas, como pasa siempre que se va a un lugar por primera vez.
Como nada es perfecto, si bien la casa está a una cuadra del río, la playa de “acá a la vuelta” hoy no existe debido a las grandes crecidas. Luego me explicaron que es un lago, un embalse en realidad y que si la represa no abre las compuertas…con el caudal de lluvia que ha caído en estos tiempos…bueno, algunas playitas desaparecen por un tiempo.
Así fue que el trille de ida y vuelta para llegar a la playa que realmente nos gustó y en la que queríamos pasar nuestras mañanas y algunas tardes, era largo y nos permitió conocer bien la ciudad. Familiarizarnos con el lugar.
Acá todo parece hecho a mano. En primer término, la mano inmejorable e inaudita de la naturaleza que se lleva, como debe ser, todos los aplausos. El río (lago, embalse) está por todas partes, lo rodea todo. La arena es bella y limpia, la de la playa y la de los médanos y dunas que son una tentación de volver a la infancia. El agua es fría pero no es helada, es muy limpia y muy mansa. Los atardeceres: ni pintados. No he visto colores tan particulares en ningún lado hasta el día de hoy.  La vegetación es fantástica, como de cuento de hadas. Los bosques de pino y eucaliptos acompañan al río y le dan contorno y entorno.
El pueblo es enteramente caminable.  Hay zonas humildes y otras que no lo son tanto. Hay lindas casas y sencillos ranchos de totora. Por momentos es un balneario y por otro es enteramente bucólico. Todo se conjuga en San Gregorio de Polanco.
Hay color en casi todas las casas, hay murales en cualquier hogar. Hay vida, color, imaginación y creatividad en todas partes. Más de 70 artistas plásticos han participado de este proyecto, que espero siga creciendo y embelleciendo el lugar.
Hay hoteles dignos de ser visitados, con galerías y patios centrales llenos de plantas, flores y objetos bellos. Antiguos, bien conservados, con comodidades más que suficientes.
La gente es encantadora, generosa y te ayuda siempre con gusto, eso sí: ni se te ocurra preguntarles por una calle por su nombre, ellos se manejan con “ah, eso está al lado de lo de Fulano, a media cuadra del Complejo de Mengano”, así. Pero con paciencia y caminando con tiempo y el mate abajo del brazo, llegás.
Es tranquilo como suelen ser estos lugares, la gente es confiada: acá la mayor parte de las casas tienen sus puertas abiertas y lo mismo los vehículos sean autos o bicicletas ahí están sin cerraduras ni cadenas.
Descontracturado es este lugar. Tiene una energía por lo menos especial.
Nos hicimos amigos con facilidad y reafirmamos otras amistades. Hemos almorzado y cenado muy bien y en buena compañía.
No hemos parado de sacar fotos, como poseídos. Es que es muy pleno este lugar. Y muy, muy, muy bello.
No crean que estoy por poner una agencia de turismo, no, no. Es que quiero animar a mis amigos y amigas a que vengan, no se van a arrepentir.
Yo todavía no me fui y ya quiero volver.

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