Poderosas al volante


Yo no sé manejar. Ni una bicicleta sé manejar. Lo de la bicicleta es tremendo trauma que paso a relatar en brevísimas líneas. Me crié en el Cordón, a una cuadra de 18 de Julio: veredas angostas, tránsito pesado. Hija única, nieta única, consentida y cuidada por demás, pedí bicicleta en cada Navidad, Reyes, cumpleaños, día de la niña o día del golero. Me llenaron a regalos. Bici nunca: “es muy peligroso”, “imposible, pedí lo que quieras, bicicleta no, no podés, no se puede”. Así que nunca tuve. Algunos años de mi niñez, durante las vacaciones, agarré alguna bici, me maté a golpes, aprendí…fueron 10 días como mucho, me olvidé y así…”volver a empezar”. En resumen: no sé andar en bicicleta.
Auto nunca tuve, o sea, sí tuve…pero no para manejarlo yo, sino para ser conducida hacia.
Mi trauma me impedía siquiera pensar en hacer un curso y sacar la libreta. Resonaba, se ve, en mi cabeza el lema familiar: “es muy peligro, no podés, no podés”. Y no pude.
No me importa. Tengo varias cosas: bondis, tarjeta del STM y taxis por doquier que uso en forma desmesurada ya que vivo bastante “cerca de todo”.  Tres minutos, cero ficha: para mí es un diario lugar común. Y otra cosa tengo: amigas con auto, amigas al volante.
Mis amigas al volante son mujeres poderosas. O sea: no sé si al mundo les parecerán, pero a mí me pueden.
Pasan por mí, me conducen. A lugares ignotos, claro. Pero habiendo buena disposición, todo se supera.
Ellas conducen, poderosas y seguras de sí mismas. Yo me dejo llevar y les banco cualquiera en tanto tengan a bien –finally- dejarme en aquel lugar en el que quedamos de estar a alguna hora.
El asunto tiene cierta magia. Magia de lo desconocido, deloquepuedapasar.
Si vamos hacia la casa de alguna, terminamos en Devoto haciendo el surtido.
Si ya llegamos y solo es cuestión de ir a guardar el auto y descender para empezar a hacer algo juntas como comer, beber y charlar…todo cambia de pronto y terminamos llevando al nene al Centro (de nuevo al Centro y van 59 veces en el día que fuimos y vinimos del Centro) pero el nene se olvidó de algo y casi al llegar se acuerda, así que volvemos y así hasta sucumbir. Y dejar al nene.
Si “te paso a buscar ya, así que móvete”, yo me apuro y me apronto en dos minutos para esperarlas en la puerta pero demoran 20 minutos y contestan mis desesperados sms desde la puerta de mi casa: “ya voy, pesada, me estoy secando el pelo y arranco!”.
Si vamos a tomar un café para conversar tranquilas “no jodas, ya vamos, qué te cuesta bancarme si estás acá sentada como una diosa, son dos minutos pasar por la tintorería”.
Sin siquiera comentármelo me enchufan "compañeros de ruta" de los que termino siendo amiga porque otra cosa no tengo que hacer mientras ellas conducen y yo como mucho miro por la ventanilla y hablo de cualquier cosa hasta llegar...a algún sitio que valga la pena, quemásda, si los tipos son remacanudos bo.
Ellas, las dueñas de los autos, las que manejan, son las poderosas, las que deciden.
Yo soy la conducida, la que acompaño.
Eso sí. Sucede que podrán ellas ir conduciendo con todo el poder de sí mismas y sus fantásticos vehículos cuando yo grito: “paráa!!!! Quiero sacar una foto de ese graffiti!
Y las tipas paran. Ni chistan.
Yo abro la mochila, saco la cámara, me tomo tiempo, busco el ángulo, la distancia, la luz y saco la foto.
Ellas son las poderosas pero me tienen paciencia.
Ellas conducen y deciden el rumbo.
Yo, me ocupo del testimonio.
Testimonio del graffiti y del devenir con mis amigas, las poderosas al volante que me conducen in eternum por los caminos de la vida. Tipo "Thelma and Louise" pero con un final que valga la pena.

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