Salud, mujeres todas


Son blancas, negras, altas, bajas, lacias, enruladas, flacas, gordas, lindas, feas, viejas, jóvenes, niñas. Van de pollera, pantalones, camisón o pijama, desmesurados tacones o zapatillas.
Son todas distintas. De aspecto y de pensamiento. Por lo general saben llevar bien puesto su nombre. No me refiero a su nombre de pila. Hablo de su nombre “mujer”. El que las define primero. Lo defienden y lo reivindican a ese nombre, casi todas. Defienden el lugar y quieren más lugares.
Hay algunas que no lo expresan con soltura en una frase bien (o mal) dicha, sin embargo, suelen ser más peleadoras de su condición que las propias enunciadoras.
A casi todas ellas les gusta sentirse saludadas, reconocidas, tenidas en cuenta en cada 8 de marzo, no porque no se merezcan el respeto a sus derechos y la igualdad durante todos los días del año; sino porque es el día en las que muchas de nosotras, por obra y gracia del “día de”, salimos un rato de la eterna invisibilidad.
Yo soy una de ellas. Y sin ellas no soy.
Así que cada 8 de marzo, hago dos cosas: me rodeo de mujeres y las saludo a todas.
También, y de paso, voy viendo que de a poquito, y aunque cueste trabajo, cada vez somos más libres para pelear por lo que queremos, cada vez desoímos con más frecuencia los mandatos impuestos a tantas generaciones, cada vez nos gusta más decir de qué tenemos ganas y actuar en consecuencia, abrazarnos a piacere con quien queramos, protagonizar la vida y festejar -ni más ni menos- que la condición de ser nosotras mismas, bien plantadas sobre nuestros pies de mujer, durante los 365 días del año. ¡Salud a todas!

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