Tan enorme tú


Mi abuela Carmen era gigante. No sabía de izquierda ni de feminismo. Sabía pelear la vida y darle para adelante.
Fue pobre en el interior de Canelones. Se casó joven y tuvo un hijo. Quedó viuda joven, con un hijo, pobre y en el interior de Canelones.
Se vino a Montevideo. Con su hijo, su mamá y su hermana menor. Lavó ropa, no le dio. Buscó laburo. Encontró. En Conaprole, lavando botellas verdes que adentro llevaban leche. Después ascendió, de a poquito y logró ser subjefa del laboratorio de la planta nro. 1. Tremendo logro de la canaria pobre, viuda, sola y con familia a cargo.
Luchó su vida y la de su hijo y la de su madre y la de su hermana.
Un día se puso veterana y fue abuela de una sola nieta. Única su nieta, como su hijo.
Todo en su vida era “único”: marido, hijo, nieta, laburo. Como un estigma tenía.
Fue una mujer muy gigante. Era alta, enorme o así me la acuerdo. Y era rosada también. Olía a Palmolive. Con un pelo suavecito, gris y cortado a hachazos.
Cuando yo era una niña no quería (casi) estar con más nadie en el mundo que no fuera ella. Me parece que era porque ella era una mujer muy fuerte que me hacía sentir segura. Porque me cocinaba sopa, milanesas con ajo y perejil bien picadito, churrasco, papas fritas y cuando llovía - si yo quería, a la hora que fuera- me hacía tortas fritas.
Porque siempre estuvo para mí, pero siempre, siempre. Y para mi viejo.
Porque no reclamaba nada y era tremendo soporte, guía, una columna era. En su familia chiquita, cabía el mundo entero.
Mi abuela Carmen no sabía de política y en las últimas elecciones que votó, votó al Frente Amplio porque yo le pedí, yo la llevé a votar y entré al cuarto secreto con ella porque estaba casi ciega. Cuando volvimos a su casa le contaba a las vecinas: “voté al Frente Amplio ¡por primera vez en mi vida! por dos cosas: porque Claudia me pidió y porque me acompañó al cuarto secreto porque estoy casi ciega…así que igual ella me hubiera metido en el sobre el voto que quería ¡si yo no veo nada!”.
Trabajó hasta los 70 y pico. Mi viejo y yo le decíamos siempre: “vos estás convencida que si te jubilás los niños de este país van a dejar de tener leche en la mesa, no?”. Ella se mataba de risa.
Seguía levantándose a las 5 de la mañana, verano o invierno, camisita de seda o el tapado negro de toda la vida, para llegar en hora a Conaprole, marcar la tarjeta, ser “0 falta”, laburar 8 horas, volver a la casa, hacer los mandados, y hacerme un churrasco con papas fritas a las 5 de la tarde porque yo llegaba de estudiar o trabajar, cansada, con frío y muerta de hambre, buscando su refugio como siempre.
No hay día de mi vida que no la extrañe, que no la sienta.
Hay veces que pienso qué lejos estoy de ser para mis nietos, lo que mi abuela Carmen fue para mí.
Y hay otros días que no. Que me parece que yo soy bien distinta a ella, pero ni tanto ni tan lejos.
Veo como un lazo que se extiende en el tiempo y en las generaciones.
Mi abuela no era feminista. Porque no sabía.
Era una gran mujer que es la que quisiera ser. Para mí, para Julieta, para Lucas. Para que el lazo se siga extendiendo hasta el mismo infinito.
Claro, son cosas y sentimientos de mujeres, difíciles de explicar, pero lo cierto es que mi abuela no era feminista porque no sabía que era eso.
Pero era una columna.
Es casi lo mismo.

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