(INTENTO DE NOVELA EN CAPÍTULOS)

Mucho para contar y sin tìtulo

Capítulo I

Soy una ex niña de apartamento. Hoy sigo por el mismo camino y soy una señora grande, de apartamento.

Me críe en un pequeño apartamento con living-comedor cómodo, pasillo, cocina, más pasillo, dormitorio, pasillo y baño. Interno, con ventanas en todos los ambientes hacia un pozo de aire. Segundo piso por ascensor o escalera, según el día, la hora o el cansancio de los que llegábamos. Chiquito pero lindo apartamento. Funcional. Poco apropiado para vivir con niños, opino ahora, viéndolo desde la distancia del tiempo que ya pasó.

Fui una niña sin cuarto propio. Los juguetes – muchos como los de cualquier hija y nieta única – se amontonaban bien dispuestos en unas largas estanterías, prolijas y de buen diseño, que moraban en el largo pasillo.

El cielo de mi infancia es un paralelograma., resultado de mirar por la ventana del living o del dormitorio, hacia arriba. Cuadrilongo, de ángulos rectos, acotado y finito.

Debajo del cielo con nubes o sol de costado, dos patios. Uno era el patio de dos señoras de edad incierta pero avanzada, creo que eran hermanas y solteras. Tenían muchas plantas pero sólo recuerdo un malvón que siempre estaba florecido en rojo. Y bombachas blancas de algodón y elástico cedido en la cintura, que colgaban prolijas de coloridos palillos de plástico.

El de al lado era un patio distinto, inhabitado. Cajones destartalados, algunos envases, un par de sillas de hierro herrumbrosas que quizás habían sido blancas alguna vez.

A mí me gustaba el otro patio, el de las hermanas. En primer lugar porque era el patio que yo no tenía, donde hubiera quedado perfecta la piscinita de plástico que yacía triste y desinflada, encima del ropero de cuatro cuerpos, esperando su oportunidad.

Hubiera sido placentero tener la piscinita al lado del malvón en rojo y florecido y chapotear descuidada el bochornoso mediodía de verano montevideano.

Pero no. Me tocó el segundo piso.

Con las veteranas del patio lindo, éramos amigas. Yo me asomaba indiscreta y alguna de ellas dos dejaba sus tareas por un rato y se apuraba en saludarme, en gritar mi nombre y empezar la conversación. No me acuerdo cómo se llamaban pero tengo presente sus sonrisas y la calidez de sus charlas. Hasta me parecen mellizas ahora.

Cuando me las cruzaba en la calle, ellas preparadas para la ocasión de estar en contacto con otros y prolijas como su patio, yo prendida a la mano de mi mamá como siempre, me saludaban cariñosas, aunque el diálogo no fluía de la misma manera que cuando ellas estaban en situación de “patio” y yo en situación de “ventana”. Seria quizás por el ruido. Era una calle ruidosa. Pleno barrio Cordón, a dos cuadras escasas de 18 de Julio, arteria fundamental entre las arterias del aparato circulatorio de esta mínima Montevideo, que hasta hoy veo y siento, gigantona.

Angosta y sin árboles mi calle, como si fuera de un pueblito del interior. Con el sol impuesto. Con la lluvia impredecible y sin techitos donde guarecerse. En el ventoso Cordón.

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