MUCHO PARA CONTAR Y SIN TÍTULO CAPÍTULO II
El edificio donde vivía estaba - y aún está 40 años después- a pocos metros de un gran supermercado. Así que el entorno contaba diariamente con el ruido de la movida casi cèntrica de la ciudad más el rugir de los camiones que descargaban mercaderías y el “tracatraca” de los carritos de los consumidores que iban y venían.
Tiene sus desventajas ser niña y criarse en medio de la city. Por ejemplo, es casi imposible jugar con otros niños y niñas en la vereda. Una se cría casi sola en términos de infantes. O andar en bicicleta. Impensable: es peligroso, está el tránsito, la vereda angosta, la gente que no para de moverse. Cero posibilidades.
Así que aunque tuve todo lo que se me antojó desde mi condición de niña mal criada, nunca tuve bicicleta. Pueden ustedes inferir sin demasiado esfuerzo que no sé andar en bicicleta. Realicé intentos esporádicos: en cortas vacaciones en algún balneario distendido, en el barrio de mi abuela que era un remanso al lado del mio; o cuando estaba de pasada en la casa de mis primos: maravilloso, suburbano y bendecido barrio Colón.
A los tumbos, con poco tiempo y menos paciencia de los que me rodeaban, me arriesgaba y aprendía a medias. Bastante rápido y sin rueditas auxiliares, poniendo mucho esfuerzo, controlando el miedo para no hacer papelones y tomando muy en cuenta mis escasas posibilidades.
Pero al poco rato volvía a mi rutina céntrica y se me olvidaba la destreza adquirida a los tumbos. Hasta la próxima vez, en que era de nuevo, un “volver a empezar”.
Todo el mundo pregona que no se le olvida a la gente manejar una bicicleta. Pero eso si es que se llega a dominar el procedimiento, etapa a la cual nunca pude acceder.
Mil años después de lo que estoy contando, en Kiyú, San José, con familia y amigos hice una intentona que resultó temblorosa pero efectiva. Logré andar bastante bien, aunque sin doblar, claro; y conté con los aplausos y vítores de mis hijos, cual si estuviera escalando el Himalaya.
Cabe comentar que también tuvo sus ventajas ser una “niña céntrica”, no todas son pálidas. A los 10 años me movía como un pez en el agua por Montevideo, mientras mis compañeras de clase no se animaban a cruzar en la esquina y con semáforo. Ningún miedo a andar sola en ómnibus ni a perderme…caso de no estar segura, preguntaba y de alguna forma, llegaba.
Tan es así, que con 12 años, pasando unas vacaciones en Buenos Aires, con mi “mamá postiza” que es uruguaya porteñizada, proclamé que podía ir sola al micro centro porteño y en subte. Ella dijo “amén” porque siempre me ha tenido fe y me dio permiso porque mi mamá, la de verdad, no estaba en Buenos Aires (hubiera infartado seguro). Y me tomé el subte de lo más canchera yo, exactamente para el lado contrario (para un lado Leandro Alem, para el otro Federico Lacroze,¿estoy bien o estoy divangando? Mmm...). Me avivé, pregunté, salí a la superficie, llamé, consulté y me manejé para llegar. Cuando lea esto y se acuerde, se va a querer matar, ¡inconciente!
Ya retomaré el hilo de los acontecimientos, pero no puedo dejar de contar ahora mismo, que en esa estadía en Buenos Aires y con ella, mi mamá postiza, con la que desde siempre hemos hablado hasta por los codos, nos robaron en un colectivo a las dos a la vez, mientras nosotras departiamos de la vida como ensimismadas. Nos dejaron sin un peso y sin documentos.
Fue lindísimo, me quedé como tres meses en Buenos Aires, mientras se pudo probar que yo existía y era uruguaya, plena dictadura en ambas márgenes del Plata, imagìnense….
Cientos de historias tengo para contar de ella y yo juntas o separadas, en realidad siempre seguimos estando juntas a pesar del charco caprichoso…pero debo retormar el hilo de la infancia y el barrio…sigo…
Tiene sus desventajas ser niña y criarse en medio de la city. Por ejemplo, es casi imposible jugar con otros niños y niñas en la vereda. Una se cría casi sola en términos de infantes. O andar en bicicleta. Impensable: es peligroso, está el tránsito, la vereda angosta, la gente que no para de moverse. Cero posibilidades.
Así que aunque tuve todo lo que se me antojó desde mi condición de niña mal criada, nunca tuve bicicleta. Pueden ustedes inferir sin demasiado esfuerzo que no sé andar en bicicleta. Realicé intentos esporádicos: en cortas vacaciones en algún balneario distendido, en el barrio de mi abuela que era un remanso al lado del mio; o cuando estaba de pasada en la casa de mis primos: maravilloso, suburbano y bendecido barrio Colón.
A los tumbos, con poco tiempo y menos paciencia de los que me rodeaban, me arriesgaba y aprendía a medias. Bastante rápido y sin rueditas auxiliares, poniendo mucho esfuerzo, controlando el miedo para no hacer papelones y tomando muy en cuenta mis escasas posibilidades.
Pero al poco rato volvía a mi rutina céntrica y se me olvidaba la destreza adquirida a los tumbos. Hasta la próxima vez, en que era de nuevo, un “volver a empezar”.
Todo el mundo pregona que no se le olvida a la gente manejar una bicicleta. Pero eso si es que se llega a dominar el procedimiento, etapa a la cual nunca pude acceder.
Mil años después de lo que estoy contando, en Kiyú, San José, con familia y amigos hice una intentona que resultó temblorosa pero efectiva. Logré andar bastante bien, aunque sin doblar, claro; y conté con los aplausos y vítores de mis hijos, cual si estuviera escalando el Himalaya.
Cabe comentar que también tuvo sus ventajas ser una “niña céntrica”, no todas son pálidas. A los 10 años me movía como un pez en el agua por Montevideo, mientras mis compañeras de clase no se animaban a cruzar en la esquina y con semáforo. Ningún miedo a andar sola en ómnibus ni a perderme…caso de no estar segura, preguntaba y de alguna forma, llegaba.
Tan es así, que con 12 años, pasando unas vacaciones en Buenos Aires, con mi “mamá postiza” que es uruguaya porteñizada, proclamé que podía ir sola al micro centro porteño y en subte. Ella dijo “amén” porque siempre me ha tenido fe y me dio permiso porque mi mamá, la de verdad, no estaba en Buenos Aires (hubiera infartado seguro). Y me tomé el subte de lo más canchera yo, exactamente para el lado contrario (para un lado Leandro Alem, para el otro Federico Lacroze,¿estoy bien o estoy divangando? Mmm...). Me avivé, pregunté, salí a la superficie, llamé, consulté y me manejé para llegar. Cuando lea esto y se acuerde, se va a querer matar, ¡inconciente!
Ya retomaré el hilo de los acontecimientos, pero no puedo dejar de contar ahora mismo, que en esa estadía en Buenos Aires y con ella, mi mamá postiza, con la que desde siempre hemos hablado hasta por los codos, nos robaron en un colectivo a las dos a la vez, mientras nosotras departiamos de la vida como ensimismadas. Nos dejaron sin un peso y sin documentos.
Fue lindísimo, me quedé como tres meses en Buenos Aires, mientras se pudo probar que yo existía y era uruguaya, plena dictadura en ambas márgenes del Plata, imagìnense….
Cientos de historias tengo para contar de ella y yo juntas o separadas, en realidad siempre seguimos estando juntas a pesar del charco caprichoso…pero debo retormar el hilo de la infancia y el barrio…sigo…