UN ZAPATO

Modestos los zapatos que pintó Van Gogh, rústicos.
Gastados por el uso.
Zapatos agotados, de fatiga extrema.
Se asocian al trancurrir incansable; lucen así porque no pararon de andar y de llevar a alguien dentro que caminó, corrió, saltó, se estiró, se agachó, trabajó, hizo muchas cosas con ellos en sus pies. Las huellas del uso están a la vista.
No hay contexto en la obra de Van Gogh que nos diga por qué caminos anduvieron, si fue campo o fue ciudad, si fue invierno o fueron “cuatro-estaciones”, por únicos.  El contexto le daría un sentido particular, un significado, eso opinan los que saben de arte.
Sin embargo, Van Gogh los dejó solos en la tela, expuestos, para que el contexto lo pongamos nosotros. No hay tanto para analizar, creo yo modestamente, como le ha parecido a la crítica del arte.
Son imagen. Remiten a la vida que tuvieron, y al desgaste que siempre sobreviene a la muerte cuando es natural.
Zapatos que remiten zapato. O al revés, que más da.
Zapato que quizás no era tan viejo, el polvo lo envejeció porque el polvo lo tapó. Tuvo vida y desgaste y compromiso en su tarea, como los de Van Gogh. Pero no tuvo exposición como el cuadro, tuvo muerte prematura, entierro precipitado y mucha tierra encima para olvidarlo. Entierro cobarde tuvo. Tuvo pie adentro y pie enterrado junto con él. Que hoy es hueso y grita. Entre la cal, la piedra y la tierra.
Estremece pensar en él y más aún verlo. Porque éste zapato sí tiene contexto y por lo tanto no le falta sentido particular  ni significado. En su propio "ser zapato"  y en su tierra adherida tiene todo escrito con claridad.
Altera, emociona y conmociona una y otra vez y todas las veces que me viene a la mente ese zapato.
Por el zapato y por tanto estremecimiento, habrá que seguir buscando y exigiendo el contexto.

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