La cultura de la queja
Llegué al límite máximo del cansancio y el aburrimiento. Estoy harta y saturada de las quejas y los quejosos que me rodean. Quejas en voz alta y con mayúsculas (reclamos). Quejas en voz baja (casi lamentos). Quejas llorosas y con gemidos (melindres). Protestas, críticas y desconformidades dichas y vueltas a decir. En todo momento; en las cuatro comidas y hasta en el ayuno. Instalados en la queja. Como enraizados.
Hay buenos motivos para quejarse en la vida y también hay seres que claman y gimotean de puro vicio buscando siempre la quinta pata del pobre gato. ¿Recurso para llamar la atención? Será...Detestable y agotadora actitud, para mí. Es de esos de los que hablo.
Entiéndase sin embargo, que para escribir estos descargos, me encuentro como en zona de tránsito, porque no me queda otra que quejarme de los que se quejan. Es la forma que encontré de conjurarlos, qué le vas a hacer…
Me quejo de la miríada de uruguayos que me rodean a los que nada, pero absolutamente nada les viene bien.
Se quejan que no tienen plata y si tienen, pagan demasiado IRPF. Se quejan del clima y de los meteorólogos que no aciertan a los pronósticos y arruinan sus planes. Se quejan de que Montevideo está muy sucia, pero los he visto tirar papeles en la calle sin ninguna culpa. Se quejan de los contenedores por el deterioro o por el mal olor que dejan escapar, pero les queda cómodo que esté roto y abierto para no desgastarse en apretar el pedal. Se quejan de los políticos, de los que gobiernan y de la oposición, de los sindicatos, de los paros, de los planes sociales, de la mala atención de la salud pública y privada, de la inseguridad la hayan sufrido en carne propia o visto por televisión, del impuesto a la tierra aunque no tengan ni una maceta, del precio del dólar, del transporte colectivo aunque vivan arriba de un taxi, de la cantidad de autos que no para de aumentar, del ruido de las motos, de los planchas, de los chetos, de los perros que son demasiados, del mal estado de las calles, de los celulares que no paran de sonar, de las redes sociales y sus efectos perniciosos, de la juventud que está perdida, del fútbol y de los directores técnicos, de los informativos (¡ahí tienen razón!, ¡esto no va!), de la cumbia y del rock, del estrés, de la globalización, del resumen de cuenta de la tarjeta de crédito, del cambio climático, de lo poco que se gana y de la calidad del trabajo, de los programas de televisión, de que están solos o tienen demasiada compañía, de que están muy ocupados o se aburren como reyes, ¡de la humedad! Señores, la humedad es endémica en este lugar, ¡Entiéndanlo! ¡Paren de sufrir! O al menos, ¡paren de expresarlo! ¡Por el sólo hecho de decirlo en voz alta no cambia la presión atmosférica!
Los quejosos de siempre no son capaces de autocuestionarse ni de coté. De resetearse, ni hablemos. Tampoco parecen encontrar el camino hacia la no-densidad. Encauzar sus quejas o gestionarlas hacia alguna actividad proactiva no figura en sus planes. Ellos sólo se quejan y contaminan. ¡Más que el plástico! No entienden que la queja no es reciclable, ¡no hay cómo sacarle una sola utilidad! Ataca el sistema nervioso del infeliz receptor y encima no alivia ni resuelve. Es inconducente e insalubre para el entorno. Señores, la queja no los liberará del sufrimiento, ¡asúmanlo! Es mejor acostumbrarse al mundo que tenemos, despotricar menos en voz alta, hablar más consigo mismos y de paso ¡gastar menos en ansiolíticos!
Además, atiendan otro atributo: el efecto contagio, cual si fuera gripe (¡y no hay vacuna!). Vos estornudás y el que está al lado se resfría, vos te quejás y tu discurso se hace carne en quien escucha, el oyente se sube a la protesta para no ser menos y se vuelve emisario del mensaje, arrancando con renovados bríos, inventando nuevos argumentos, elaborando una nueva queja/teoría que convence a otro y así, hasta sucumbir. Círculos concéntricos: mismo plano y mismo centro de refunfuñes.
Ahora, debo rescatar que en términos de este análisis le surge a la queja un rasgo extraño y hasta positivo: termina siendo solidaria. Porque una vez que apareció el quejoso y su diatriba y vos tuviste a bien prestarle tu oreja, casi seguro que terminás adhiriendo y duplicando la protesta, ¿o no?.
Entonces…el camino a seguir para erradicarla va por el lado del desinterés. No te sumes, ¡restáte hasta convertirte en número negativo!
Si te incordian como a mí, te invito a unirte en este camino, seguramente no los erradicaremos pero al menos reduciremos el daño. Hacé de cuenta que pasa un carro, cero bola…vos, en tu burbuja, seguí para adelante. Si no los podés eludir, al menos no los escuches, o balconea la situación, poné cara de circunstancia pero dejá que te resbale su llanterío. ¡Ese es el antídoto! Te dirán autista, que no te importe, si total el mundo fue y será una porquería…
No permitas que te psicopatologicen fácilmente, sé fuerte, poné límites o al menos hacé la plancha. Compráte un biombo o pedíselo a tu abuela, algo hay que inventar para quedar del otro lado, che…
Hay buenos motivos para quejarse en la vida y también hay seres que claman y gimotean de puro vicio buscando siempre la quinta pata del pobre gato. ¿Recurso para llamar la atención? Será...Detestable y agotadora actitud, para mí. Es de esos de los que hablo.
Entiéndase sin embargo, que para escribir estos descargos, me encuentro como en zona de tránsito, porque no me queda otra que quejarme de los que se quejan. Es la forma que encontré de conjurarlos, qué le vas a hacer…
Me quejo de la miríada de uruguayos que me rodean a los que nada, pero absolutamente nada les viene bien.
Se quejan que no tienen plata y si tienen, pagan demasiado IRPF. Se quejan del clima y de los meteorólogos que no aciertan a los pronósticos y arruinan sus planes. Se quejan de que Montevideo está muy sucia, pero los he visto tirar papeles en la calle sin ninguna culpa. Se quejan de los contenedores por el deterioro o por el mal olor que dejan escapar, pero les queda cómodo que esté roto y abierto para no desgastarse en apretar el pedal. Se quejan de los políticos, de los que gobiernan y de la oposición, de los sindicatos, de los paros, de los planes sociales, de la mala atención de la salud pública y privada, de la inseguridad la hayan sufrido en carne propia o visto por televisión, del impuesto a la tierra aunque no tengan ni una maceta, del precio del dólar, del transporte colectivo aunque vivan arriba de un taxi, de la cantidad de autos que no para de aumentar, del ruido de las motos, de los planchas, de los chetos, de los perros que son demasiados, del mal estado de las calles, de los celulares que no paran de sonar, de las redes sociales y sus efectos perniciosos, de la juventud que está perdida, del fútbol y de los directores técnicos, de los informativos (¡ahí tienen razón!, ¡esto no va!), de la cumbia y del rock, del estrés, de la globalización, del resumen de cuenta de la tarjeta de crédito, del cambio climático, de lo poco que se gana y de la calidad del trabajo, de los programas de televisión, de que están solos o tienen demasiada compañía, de que están muy ocupados o se aburren como reyes, ¡de la humedad! Señores, la humedad es endémica en este lugar, ¡Entiéndanlo! ¡Paren de sufrir! O al menos, ¡paren de expresarlo! ¡Por el sólo hecho de decirlo en voz alta no cambia la presión atmosférica!
Los quejosos de siempre no son capaces de autocuestionarse ni de coté. De resetearse, ni hablemos. Tampoco parecen encontrar el camino hacia la no-densidad. Encauzar sus quejas o gestionarlas hacia alguna actividad proactiva no figura en sus planes. Ellos sólo se quejan y contaminan. ¡Más que el plástico! No entienden que la queja no es reciclable, ¡no hay cómo sacarle una sola utilidad! Ataca el sistema nervioso del infeliz receptor y encima no alivia ni resuelve. Es inconducente e insalubre para el entorno. Señores, la queja no los liberará del sufrimiento, ¡asúmanlo! Es mejor acostumbrarse al mundo que tenemos, despotricar menos en voz alta, hablar más consigo mismos y de paso ¡gastar menos en ansiolíticos!
Además, atiendan otro atributo: el efecto contagio, cual si fuera gripe (¡y no hay vacuna!). Vos estornudás y el que está al lado se resfría, vos te quejás y tu discurso se hace carne en quien escucha, el oyente se sube a la protesta para no ser menos y se vuelve emisario del mensaje, arrancando con renovados bríos, inventando nuevos argumentos, elaborando una nueva queja/teoría que convence a otro y así, hasta sucumbir. Círculos concéntricos: mismo plano y mismo centro de refunfuñes.
Ahora, debo rescatar que en términos de este análisis le surge a la queja un rasgo extraño y hasta positivo: termina siendo solidaria. Porque una vez que apareció el quejoso y su diatriba y vos tuviste a bien prestarle tu oreja, casi seguro que terminás adhiriendo y duplicando la protesta, ¿o no?.
Entonces…el camino a seguir para erradicarla va por el lado del desinterés. No te sumes, ¡restáte hasta convertirte en número negativo!
Si te incordian como a mí, te invito a unirte en este camino, seguramente no los erradicaremos pero al menos reduciremos el daño. Hacé de cuenta que pasa un carro, cero bola…vos, en tu burbuja, seguí para adelante. Si no los podés eludir, al menos no los escuches, o balconea la situación, poné cara de circunstancia pero dejá que te resbale su llanterío. ¡Ese es el antídoto! Te dirán autista, que no te importe, si total el mundo fue y será una porquería…
No permitas que te psicopatologicen fácilmente, sé fuerte, poné límites o al menos hacé la plancha. Compráte un biombo o pedíselo a tu abuela, algo hay que inventar para quedar del otro lado, che…
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