Humilde tomate o un amor que es imposible
Quererte no es difícil ni complicado.
Quererte es sencillamente imposible.
Quererte iría en contra de mis principios más básicos, digamos…los más ováricos.
Quererte atentaría contra mi persona mínima e insignificante, que es lo más mínima e insignificante que un ser humano de tu estatura se pueda imaginar, pero otra para ofrecerle al mundo… no me surge.
Ya quisiera yo quererte, para vivir un poco más en paz si no fuera que vos no me dejás opción porque sos como sos y yo—en mi chiquitez absoluta— soy, pienso y creo tan distinto.
Ya quisiera yo quererte y no andar descubriendo tu soberbia y tu arrogancia día por medio.
Todo un dilema en mi vida este no quererte.
Claro que a vos te da igual. Tenés incondicionales y considerados respetos por todos lados, por no decir verticales respetos.
Vos no precisás de mí ni un poco…pero te aviso: yo tampoco.
En el asado que vos preparás, yo como mucho soy la ensalada de tomate con orégano que si alguien a las apuradas se encargó de preparar, ni siquiera condimentó.
Pero puede que suceda que cuando esté todo preparado, luego del ritual del fuego y las brasas y todo ese asunto de acomodar la carne en la parrilla – protagonista contundente y relevante esa carne- te vengas a enterar a último momento que no está presente la ensalada de tomate con orégano. O está, pero olvidada y desabrida.
Y era básica.
Era elemental, my dear Watson.
En cualquier asado que se precie de tal, que es el tuyo o sos vos (da lo mismo) el tomate con orégano (que vengo a ser yo), nunca debe faltar en el centro de la mesa, adentro de una buena ensaladera que la contenga… y menos si a la mesa se sientan los amigos.
No lo tomes como un consejo, por favor, lejos estoy de eso.
Con suerte llego a ser rodaja de tomate desabrido, lo tengo más que claro.
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