Romina: la muñeca rostizada
Definitivamente, lo que más feliz me hace es cualquier cosa que sea simple y que me venga en ganas hacer con entusiasmo.
Comprarme la revista “Lento” y tirarme en el sofá con los lentes de cerca bien calzados y la estufa a medio metro para disfrutar la lectura. Ni te cuento, si justo llegó “Orsai” a mis manos.
Acostarme un sábado a dormir una siesta a las 5 de la tarde y no levantarme hasta el otro día, entre libros, comida y alguna película: sin comentarios.
Rescatar del fondo de una caja del increíble altillo de la casa de mi vieja, una muñeca de mi hija Valentina que tiene al menos 20 años de comprada y que pasó por toda clase de circunstancias y descuidos; mirarla y pensar en reciclarla para Julieta, mi nieta y la sobrina de la dueña de la muñeca, un desafío. Como “Toy story” pero de acá.
Bajo del altillo con la muñeca y mi mamá que es de lo más pragmática en oportunidades, vocifera: “está para tirar, Claudia”. Y yo que no, que sabrás vos.
Llego a casa, con el casi “cadáver” de la muñeca bajo el brazo y la meto al lavarropas. 20 años de ácaros en esta cara de plástico con cuerpo de trapo y guata, guacala.
El lavarropas protesta, yo me asusto y corto el lavado sin centrifugar. Así que la susodicha, en adelante Romina — que así la bautizó su dueña— sale chorreando agua. Cinco días en la azotea hasta que dije: “basta, junio, vos y tu humedad han superado mi paciencia”. Entonces, la bajo para hacerla amiga de la estufa. Vuelta para acá, vuelta para allá. “Romina, la rostizada” se podría llamar este relato.
En tanto ella giraba ante la estufa yo me procuraba ropitas y aditamentos para mejorar su imagen desacreditada por el tiempo.
Guata: primero y principal. Segundo y no por ello menor: pilchas. Algunas compradas, otras “saqueadas”. Cuando una se mete en esta lides, termina delinquiendo y creyendo a pies juntillas que el fin justifica los medios, creéme.
Fue “operada” para que entrara la guata nueva. Fue suturada porque con cinta de aproximación no quedaba segura…”Romina, dame crédito, los puntos son necesarios, mija, ya está, ya va a pasar”.
Fue vestida, peinada, emprolijada.
Y fue fotografiada y compartida.
La mejor parte de este mínimo relato es el que falta y que empieza así:
“Entonces, una tarde, llegó Julieta a mi casa. Y en el sillón rojo de mi escritorio, que es lugar favorito de Julieta para pasar el tiempo porque todo es para ella hasta aquellas cosas que definitivamente no lo son, vio a Romina. Romina la linda. La versión 2013. La rostizada que fue. La reciclada que es. Y le gustó a Julieta. Y le hizo “upita” y la abrazó. Y Romina le dijo bien bajito, sólo para que Julieta la oyera: “ hola, Juli! Vengo de lejísimo. Me siento re bien y con ganas para jugar de lo lindo. ¡Y la de cosas que tengo para contarte! De tu abuela Clau, que creo que ahora le dicen Cocó, rarísimo, eh?…, de tu papá Camilo y de tu tía Valentina, que era fatal, muy dulce, pero fatal…no sabés…puff, me zarandeaba el día entero y...pensándolo bien…se parece bastante a vos en esa naricita respingona…que se parece a la mía también, o no?”.
Y de nuevo…la magia, la inocencia, el juego de toda infancia y de todo adulto que se precie…que un poco de guata y bastante amor pueden reciclar y no dejar morir ni a palos.
Con las historias de antes y con este futuro tan maravillosamente inesperado.
Punto y seguido para ellas dos.
Y para mí, que hago las crónicas y saco las fotos che...
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