Ana Clara
Cuando a una nena de 4 años le hacen algo tan horroroso y ese horror termina con su vida, no nos sacamos de la cabeza ese tema. Sea que seamos madres o abuelas de nenas que tienen o ya no tienen 4 años o que no lo seamos. Tanto da. Nos pasa a todos y de alguna manera, nos duele.
No nos duele que nos parte el corazón, mentira. Nos horrorizamos y seguimos con nuestra vida adelante, con nuestras hijas y nietas, hijos y nietos, viviendo y riéndonos; es así y no es egoísmo, es la vida misma. Pero si es cierto que estos casos nos ponen a pensar en esa situación, en esa familia, en esa nena que ya no es y que pasó por el mayor dolor que pueda existir. Si así no fuera, no seríamos personas.
Por lo general nos pone en el lugar de la emisión de infinitos juicios de valor, opiniones personales, juzgamientos e interpretaciones. Que no nos llevan a ningún buen lugar y es más, siguen enturbiando –si es que es posible más- una situación tan desgraciada. Todos queremos que esto no pase nunca más. Queremos que no hubiera pasado, claro. Pero pasó. Y acá, en esta misma comunidad a la que pertenecemos día tras día.
Hay políticas y podría haber más recursos para implementarlas para mitigar o minimizar (con el ferviente deseo que desparezcan para siempre) estas situaciones tan horrendas. No alcanzan. Así que la impotencia es mayor y nos desvela el “qué hacer”. Bueno, hay algo que podemos hacer mientras tanto, algo en lo que nos podemos comprometer como comunidad, algo que no va solucionar el problema, pero es algo y algo es más que nada. Es esto: hacer visible lo que se oculta. Porque la violencia intrafamiliar se oculta, se mantiene en secreto, se aisla a las víctimas, se tapa como se puede, se mira para otro lado. Si es en tu casa, en la mía, en la de alguien de tu familia, en la de tus vecinos. ¿Quién de nosotros no se ha enfrentado -aunque sea de costado- a situaciones similares y cuando le parece que está detectando algo agarra y piensa: “no estaré actuando como la loca que soy? No estaré exagerando? No será algo puntual y hasta común y me meto en un berenjenal al que nadie me llamó?”. Bueno, a todas esas preguntas, la respuesta es no. O capaz que es sí. Pero si fuera sí, nadie va a perder la vida a causa de que una fue y habló y dijo. En cambio, si una se calla, quizás alguien sí pierda su vida. O más de una persona la pierda o se la destrocen para siempre.
Hay que quebrar esos circuitos de silencio. Hay que decir o salir a denunciar, o pedir ayuda…aunque sea con una llamada a un número de ayuda que mantenga la confidencialidad, que los hay. Hay que dejar esa cultura del “no te metas, no es asunto tuyo”. Si hay sospecha, hay que quebrar ese silencio.
Es la única cosa que se me ocurre para poder aportar, mientras seguimos diciendo y exigiendo desde donde podemos, que la violencia basada en género y generaciones es una emergencia nacional y es necesario contar con más recursos para luchar contra este flagelo.
Lo invisible a veces se ve de lejos. Hay que encarar. "Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”. decía con muchua razón Eduardo Galeano,
No nos duele que nos parte el corazón, mentira. Nos horrorizamos y seguimos con nuestra vida adelante, con nuestras hijas y nietas, hijos y nietos, viviendo y riéndonos; es así y no es egoísmo, es la vida misma. Pero si es cierto que estos casos nos ponen a pensar en esa situación, en esa familia, en esa nena que ya no es y que pasó por el mayor dolor que pueda existir. Si así no fuera, no seríamos personas.
Por lo general nos pone en el lugar de la emisión de infinitos juicios de valor, opiniones personales, juzgamientos e interpretaciones. Que no nos llevan a ningún buen lugar y es más, siguen enturbiando –si es que es posible más- una situación tan desgraciada. Todos queremos que esto no pase nunca más. Queremos que no hubiera pasado, claro. Pero pasó. Y acá, en esta misma comunidad a la que pertenecemos día tras día.
Hay políticas y podría haber más recursos para implementarlas para mitigar o minimizar (con el ferviente deseo que desparezcan para siempre) estas situaciones tan horrendas. No alcanzan. Así que la impotencia es mayor y nos desvela el “qué hacer”. Bueno, hay algo que podemos hacer mientras tanto, algo en lo que nos podemos comprometer como comunidad, algo que no va solucionar el problema, pero es algo y algo es más que nada. Es esto: hacer visible lo que se oculta. Porque la violencia intrafamiliar se oculta, se mantiene en secreto, se aisla a las víctimas, se tapa como se puede, se mira para otro lado. Si es en tu casa, en la mía, en la de alguien de tu familia, en la de tus vecinos. ¿Quién de nosotros no se ha enfrentado -aunque sea de costado- a situaciones similares y cuando le parece que está detectando algo agarra y piensa: “no estaré actuando como la loca que soy? No estaré exagerando? No será algo puntual y hasta común y me meto en un berenjenal al que nadie me llamó?”. Bueno, a todas esas preguntas, la respuesta es no. O capaz que es sí. Pero si fuera sí, nadie va a perder la vida a causa de que una fue y habló y dijo. En cambio, si una se calla, quizás alguien sí pierda su vida. O más de una persona la pierda o se la destrocen para siempre.
Hay que quebrar esos circuitos de silencio. Hay que decir o salir a denunciar, o pedir ayuda…aunque sea con una llamada a un número de ayuda que mantenga la confidencialidad, que los hay. Hay que dejar esa cultura del “no te metas, no es asunto tuyo”. Si hay sospecha, hay que quebrar ese silencio.
Es la única cosa que se me ocurre para poder aportar, mientras seguimos diciendo y exigiendo desde donde podemos, que la violencia basada en género y generaciones es una emergencia nacional y es necesario contar con más recursos para luchar contra este flagelo.
Lo invisible a veces se ve de lejos. Hay que encarar. "Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”. decía con muchua razón Eduardo Galeano,
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