El año 2008 fue difícil para mí. Mi hijo Camilo ya se había ido a vivir a Buenos Aires hacía unos meses y yo lo extrañaba como loca, casi en crisis estaba…En abril, mi hija Valentina no tuvo mejor idea que tomarse un año sabático y viajar por América Latina. Valen y sus 19 años…imagináte…El plan era este: agarrar al novio (Mauricio) de la mano, colgarse la mochila y arrancar. Así nomás. Como te lo digo. Modus vivendi propuesto: malabares y artesanías en macramé.
Al principio me quejé, me enojé, pataleé…después de un tiempo, dije: “Fenómeno”… “Semejante experiencia va a ser, me encanta”, y acto seguido me tiré en la cama a llorar mientras mi perro se desesperaba y mi marido me decía: “Ahora no llores, vos la criaste así, taaaan independieeeeente, viste qué lindo, ¡hacéte cargo!...qué necesidá… la niña… por ahí…”.
Tanto las conversas previas como los preparativos del viaje fueron desquiciantes e inconducentes: todo lo que yo les decía que tenían que llevar, o era grande y ocupaba demasiado lugar o “!solo a vos se te puede ocurrir que yo voy a precisar eso, Mamá!”.
Los consejos y recomendaciones eran oídos como de quien vienen…innecesarios por donde se los mirara, en sus cabecitas de adolescentes rebeldes de 19 y 20 añitos respectivamente. Logré, no con poco esfuerzo, encajarles un frasco de alcohol en gel, algún analgésico y una tira de curitas. También una bufanda y a duras penas, una campera finita para la lluvia porque “mirá si voy a estar cargando con abrigo”. Y antes de la partida, le saqué fotocopias a los dos pasaportes, las dos cédulas, los dos carnés de vacunas y las dos credenciales…en el entendido de que en algún momento, me iban a hacer falta porque iba que tener que recurrir a INTERPOL.
Los días previos, fueron una locura. Desarmaron su casa, se mudaron para la mía y repartieron lo que quedaba por doquier. Mi casa era una sucursal de Millán 2515: entre aprontes y despedidas, llantos, abrazos y fotos, mochilas, paquetes, teléfonos que sonaban todo el tiempo…llegó el día en que no había más nada que hacer…se iban.
Y me cayó la ficha (lenta que soy) y pregunté: “Che, yo sé que se van a dedo, pero ¿desde dónde??? (traduzco a mi idioma: ¿dónde termina el mundo real y empieza la aventura?).Y dijeron: “Nos tomamos el 494, nos bajamos en Santiago Vázquez y ahí en la ruta, empezamos a hacer dedo”."OK. Perfecto", dije yo.O sea…”¿los acompañamos a la parada del 494 y nos despedimos ahí???”.“Obvio”, dijeron a dúo, pensando…”¿Qué parte no entendés, Gordita?”
El 28 de abril de mañana, con algunas caras llorosas en el escenario y otras en el vano intento de no aflojar, empezó el simulacro de colgarse sus pertenencias para medir fuerzas. “Misión Imposible” en vivo y en directo.
Cada uno, con una mochila, de tamaño desmesurado, a las que se les había añadido (atados con “pulpitos”) enseres varios: una carpa, sobres de dormir, implementos de malabares, una olla. Sí, una olla, la de los campamentos. De la mochila de Valen, colgaba la olla.
Cuando estuvo todo atado y asegurado como para que durara, con la invalorable ayuda de mi marido, único ser pragmático (y con más recursos que Mc Guiver) de esta loca familia disfuncional, arrancamos. Caminando, obvio. Ellos adelante, con paso decidido, muy alegres y divertidos… Nosotros atrás, acompañando el despropósito, pero firmes.
Caminamos desde mi casa hasta Rondeau y Galicia, o por ahí, a la parada del 494. Yo ni hablaba, era como un fantasma, me fumé 14 puchos en 14 cuadras y logré sacar un par de fotos que guardo como un tesoro inapreciable.
Valentina no sabía que hacer para hacerme reír y saltaba como un conejo, con toda aquella mudanza encima, diciendo: “Gordita, me voy a Boliviaaaaa, me voy a Bolivia en el 494, jua, jua!!!!!!”.Y la olla, colgada de la mochila: clan clan, clan clan.
No demoró mucho el 494. Unos quince minutos, bien aprovechados por mí para seguir haciendo recomendaciones, mientras ellos asentían y prometían lo imposible. Paró el ómnibus y subieron (como Dios los ayudó) con todos los bártulos a cuestas, Mauri me hacía guiñadas y me decía “tá todo bien, Clau, volvemos pronto, tranqui, tranqui que te la traigo de vuelta”. Valen decía “los quieroooo, los amoooo, me voy a Boliviaaaaaa…Daleeeeee, Gorditaaaaaaa, no llores, te amooooo y nos vemos prontooooooooo”.Y clan clan, la olla colgante. Así, como un conejo, a los saltos, subió al 494.
Tuve tiempo de mirar las caras de los pasajeros, que no daban crédito de lo que veían…aquellos dos desquiciados llenos de cosas…Tampoco entenderían, supongo yo, por qué carajo la señora que estaba abajo lloraba como una loca si los nenes se iban como mucho, hasta Santiago Vázquez, en el 494… ¡Qué exagerada la señora! ¡Hay cada loca suelta!
En tanto Mauri pagaba los boletos, Valen tiraba porquerías por el suelo del ómnibus, para agitar sus dos manos saludándonos y tirando besos, cual Reina de la Vendimia… mientras la olla, clan clan, se agitaba y le daba en la cabeza a la señora que estaba sentadita de lo más tranquila, al lado del guarda, observando aquella escena demencial.
De veras que le daba en la cabeza! Lástima que no tengo fotos de la señora que fue violentada por una olla…¡para que me crean! Casi surrealista. Pero tal cual se los cuento, sucedió.
Como dijo “La Margarita”, “cuando se dice chau comienzan a llegar promesas de volver”, y agarrada de la frase como si fuera amuleto, sobreviví a la espera. Diez meses después volvieron, el 7 de enero de 2009.Llegaron divinos. Un poco flacos, muy sucios y escondiendo en un morral un gato, que habían adoptado en Bahía y pesaba, con suerte, unos 300 gramos.
Todavía doy gracias todos los días, por el viaje de los chiquilines y porque volvieron.
Igual…te digo...no estuve sola, me hicieron el aguante: mi marido, mi vieja, mis amigas, pero la verdá…no fue fácil para mí el 2008, fah…
Al principio me quejé, me enojé, pataleé…después de un tiempo, dije: “Fenómeno”… “Semejante experiencia va a ser, me encanta”, y acto seguido me tiré en la cama a llorar mientras mi perro se desesperaba y mi marido me decía: “Ahora no llores, vos la criaste así, taaaan independieeeeente, viste qué lindo, ¡hacéte cargo!...qué necesidá… la niña… por ahí…”.
Tanto las conversas previas como los preparativos del viaje fueron desquiciantes e inconducentes: todo lo que yo les decía que tenían que llevar, o era grande y ocupaba demasiado lugar o “!solo a vos se te puede ocurrir que yo voy a precisar eso, Mamá!”.
Los consejos y recomendaciones eran oídos como de quien vienen…innecesarios por donde se los mirara, en sus cabecitas de adolescentes rebeldes de 19 y 20 añitos respectivamente. Logré, no con poco esfuerzo, encajarles un frasco de alcohol en gel, algún analgésico y una tira de curitas. También una bufanda y a duras penas, una campera finita para la lluvia porque “mirá si voy a estar cargando con abrigo”. Y antes de la partida, le saqué fotocopias a los dos pasaportes, las dos cédulas, los dos carnés de vacunas y las dos credenciales…en el entendido de que en algún momento, me iban a hacer falta porque iba que tener que recurrir a INTERPOL.
Los días previos, fueron una locura. Desarmaron su casa, se mudaron para la mía y repartieron lo que quedaba por doquier. Mi casa era una sucursal de Millán 2515: entre aprontes y despedidas, llantos, abrazos y fotos, mochilas, paquetes, teléfonos que sonaban todo el tiempo…llegó el día en que no había más nada que hacer…se iban.
Y me cayó la ficha (lenta que soy) y pregunté: “Che, yo sé que se van a dedo, pero ¿desde dónde??? (traduzco a mi idioma: ¿dónde termina el mundo real y empieza la aventura?).Y dijeron: “Nos tomamos el 494, nos bajamos en Santiago Vázquez y ahí en la ruta, empezamos a hacer dedo”."OK. Perfecto", dije yo.O sea…”¿los acompañamos a la parada del 494 y nos despedimos ahí???”.“Obvio”, dijeron a dúo, pensando…”¿Qué parte no entendés, Gordita?”
El 28 de abril de mañana, con algunas caras llorosas en el escenario y otras en el vano intento de no aflojar, empezó el simulacro de colgarse sus pertenencias para medir fuerzas. “Misión Imposible” en vivo y en directo.
Cada uno, con una mochila, de tamaño desmesurado, a las que se les había añadido (atados con “pulpitos”) enseres varios: una carpa, sobres de dormir, implementos de malabares, una olla. Sí, una olla, la de los campamentos. De la mochila de Valen, colgaba la olla.
Cuando estuvo todo atado y asegurado como para que durara, con la invalorable ayuda de mi marido, único ser pragmático (y con más recursos que Mc Guiver) de esta loca familia disfuncional, arrancamos. Caminando, obvio. Ellos adelante, con paso decidido, muy alegres y divertidos… Nosotros atrás, acompañando el despropósito, pero firmes.
Caminamos desde mi casa hasta Rondeau y Galicia, o por ahí, a la parada del 494. Yo ni hablaba, era como un fantasma, me fumé 14 puchos en 14 cuadras y logré sacar un par de fotos que guardo como un tesoro inapreciable.
Valentina no sabía que hacer para hacerme reír y saltaba como un conejo, con toda aquella mudanza encima, diciendo: “Gordita, me voy a Boliviaaaaa, me voy a Bolivia en el 494, jua, jua!!!!!!”.Y la olla, colgada de la mochila: clan clan, clan clan.
No demoró mucho el 494. Unos quince minutos, bien aprovechados por mí para seguir haciendo recomendaciones, mientras ellos asentían y prometían lo imposible. Paró el ómnibus y subieron (como Dios los ayudó) con todos los bártulos a cuestas, Mauri me hacía guiñadas y me decía “tá todo bien, Clau, volvemos pronto, tranqui, tranqui que te la traigo de vuelta”. Valen decía “los quieroooo, los amoooo, me voy a Boliviaaaaaa…Daleeeeee, Gorditaaaaaaa, no llores, te amooooo y nos vemos prontooooooooo”.Y clan clan, la olla colgante. Así, como un conejo, a los saltos, subió al 494.
Tuve tiempo de mirar las caras de los pasajeros, que no daban crédito de lo que veían…aquellos dos desquiciados llenos de cosas…Tampoco entenderían, supongo yo, por qué carajo la señora que estaba abajo lloraba como una loca si los nenes se iban como mucho, hasta Santiago Vázquez, en el 494… ¡Qué exagerada la señora! ¡Hay cada loca suelta!
En tanto Mauri pagaba los boletos, Valen tiraba porquerías por el suelo del ómnibus, para agitar sus dos manos saludándonos y tirando besos, cual Reina de la Vendimia… mientras la olla, clan clan, se agitaba y le daba en la cabeza a la señora que estaba sentadita de lo más tranquila, al lado del guarda, observando aquella escena demencial.
De veras que le daba en la cabeza! Lástima que no tengo fotos de la señora que fue violentada por una olla…¡para que me crean! Casi surrealista. Pero tal cual se los cuento, sucedió.
Como dijo “La Margarita”, “cuando se dice chau comienzan a llegar promesas de volver”, y agarrada de la frase como si fuera amuleto, sobreviví a la espera. Diez meses después volvieron, el 7 de enero de 2009.Llegaron divinos. Un poco flacos, muy sucios y escondiendo en un morral un gato, que habían adoptado en Bahía y pesaba, con suerte, unos 300 gramos.
Todavía doy gracias todos los días, por el viaje de los chiquilines y porque volvieron.
Igual…te digo...no estuve sola, me hicieron el aguante: mi marido, mi vieja, mis amigas, pero la verdá…no fue fácil para mí el 2008, fah…
Me encanta, esto de que te hayas hecho un blog no hace más que confirmar que pasaste a ser mi escritora preferida...Qué nivel!!!!!
ResponderEliminarIDOLA!!!! BESOS TE QUIERO AMIGA
Un poema, lo tuyo, Claudia! Admiro tu capacidad de poner en palabras los hechos, de tal manera, que uno siente que está ahí, siendo parte de esas vivencias! Te juro que ví a la pobre mujer golpeada por la olla! Y fui parte de toda esa efervescencia descontrolada, y fumé contigo los 14 puchos!
ResponderEliminarCómo me alegran esos comentarios! Son más que generosas, las dos, Rosi y Anna! Besos chicas, espero poder seguir en este camino entonces...
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