Bajo cero



Tan frío y tan temprano era. Empañada la ventana y yo también.

Siempre es extraño despertar en otro hogar.

Perpleja de frío me acerqué al vidrio helado e hice un huequito con la manga del saco para mirar qué pasaba afuera.

Todo gris de plata parecía. Puro brillo. Relucía el pasto, como recién niquelado. Todo tan quieto y fulgurante.

Apuré mate y saludos para no perder el instante.

- Cierto que acá el frío es doloroso- pensé al salir- pero este bajo cero plateado, no se me olvidará jamás.

Acomodándome los guantes, caminé rapidito mirando mucho el lugar y poco dónde pisaba.

Intenté alguna foto que no reveló el misterio de aquel verderío que parecía enjoyado, un exceso de brillantes y diamantes, como algunas señoras en sus paquetas fiestas.

Pensé en los cientos de insectos moradores de aquellas plantas, buscando refugio atrás de alguna hojita que acaso todavía estaba seca y esperando con anhelo la salida del sol y un poco de calor que se iba a hacer desear hasta el mediodía. Supongo que todos ellos querrían ser bicho-bolita esta mañana.

Recorrí el camino que conozco bastante bien con la sensación de estar estrenando otro paisaje.

Me saludó un vecino del lugar: “Estamos con frío, eh?...pero qué lindo ver esta helada!”. Dije que sí, claro, que era una maravilla estar ahí para verlo y seguimos caminando, conversando y conociéndonos en la gélida mañana.

Ya me iba yendo del helado lugar para mi diaria rutina, atrás quedaba una casa que protegía a algunos de mis amores, habitantes en zapatillas y medias de lana, tratando de caldear la mañana invernal. No es una casa en realidad, es un verdadero hogar. Ni el frío puede con él, porque por dentro arde.

Me acordé de una canción de Lisandro Aristimuño que me gusta mucho y dice: “danzando en tus amores, se tranquiliza el invierno”. Es cierto.

Así que me fui contenta y tranquila a enfrentar el día, entreverada en mis pensamientos, con ese invierno real y visual que estaba a mi alcance. En el mejor de los bajo cero…

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