Una busca llena de esperanzas...


Gélida está desde hace varios días la zona del Río del Plata. De Montevideo doy fe y desde Argentina me llegan por mis amigos, las mismas quejas y noticias. Faltan sus buenos 15 días para que se instale el invierno, pero al otoño se le ocurrió hacer ensayo general y le viene saliendo tan bien como el futuro estreno.
Ahora mismo, se reirían de verme rodeada de dos estufas encendidas, vestida con mil capas cual cebolla y con guantes de lana puestos.
Cada invierno repito que en este país no estamos preparados para soportar temperaturas tan extremas. Esto no es Europa, acá casi nadie tiene calefacción central en la casa, la mayoría de los mortales nos trasladamos en ómnibus, pocas paradas cuentan con refugio apropiado, en definitiva, contamos con poca infraestructura. Así que el invierno se sufre bastante. Pero unos más y otros menos y otros nada: irreversibles las diferencias.
Estamos los bien comidos, los que tenemos ropa y botas calentitas, estufas, agua caliente, buen abrigo en nuestras camas, dinero suficiente para pagar el boleto de ómnibus cuando hay que salir y hasta para tomar un taxi si aquel demora demasiado. Y nos quejamos igual.
También están los otros, los que viven en casuchas donde faltan vidrios y chapas, carecen de ropa abrigada y de un buen puchero. Los malcomidos que tienen mucho más frío que yo.
Y están los que viven en la calle y allí duermen. Los que no tienen nada y viven entre cartones. No voy a analizar ni a discutir los motivos, de ninguna manera, no va por ahí la nota.
Dice el gobierno que son unos pocos miles. Se esfuerza el gobierno por habilitar más refugios para que todos tengan la posibilidad de estar bajo techo y acceder a un baño y a un plato de comida caliente. Nos pide el gobierno que colaboremos en denunciar esas situaciones si las vemos o las conocemos de cerca.
A la vuelta de mi casa - bajo el alero de un edificio- vive una señora desde hace meses. Edad indefinida: no es vieja. Por lo general es agradable, simpática, dispuesta a conversar y a saludar con una sonrisa. Otros días no está bien: no saluda, tiene el ceño desencajado, habla sola, grita fuerte y suelta improperios a los cuatro vientos.
Ya van tres veces que llamamos al número apropiado en el Ministerio de Desarrollo Social para denunciar que esa mujer está allí y duerme en la calle.
Han venido y no han podido convencerla para llevarla a un refugio. Es lo que nos han informado, cuando hemos insistido en reiterar la denuncia. Es de esperar que en estos días la obliguen a ir a un refugio, se votó el año pasado una ley para resguardar la vida de las personas que están en invierno en situación de calle.
Nosotros no hay noche que no pensemos en ella…si estará ahí a la vuelta, entre nylon y cartón o si la habrán convencido o acaso obligado y estará en un refugio.
A la mañana siguiente siempre está en la misma esquina y no me animo a preguntarle dónde pasó la noche. De mañana se la ve bien, tiene abrigo y por lo general está tomando mate y comiendo algo. Desde hace unas semanas tiene un perro. Divino, con una cara muy expresiva y ojos complacientes. Tiene puesta una mantita y también una correa para que no se le escape, se la pasa ahí, acurricadito al lado de ella y mirando a los que pasamos con su mirada tierna.
Hoy de mañana pasé y la saludé. Estaba de lo más tranquila, me contestó de buen grado. 
-         ¿Cómo te lleva el frío?- le pregunté, a ver si conseguía saber algo más…
-         Está frío, sí – me dijo – pero más frío tenía antes…
-         ¿Antes de qué?- pregunté, pensando que me iba a decir que ahora iba a un refugio.
-         Antes- me dijo- antes…cuando estaba sola- dijo mirando a su compinche que era un nudo a su costado.
Yo me quedé callada, no supe que agregar. Cada cual sabe qué tipo de frío tiene.

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