De perros y gente, una noche de inverno
Recién ahora puedo contarles que ayer de noche me pasó algo espantoso.
Tuve un día bien complicado y movido. De tarde, luego del trabajo, hice varios mandados, fui a mi taller de fotografía y luego pasé media hora por la casa de Valentina, mi hija. Como a las 8 de la noche con mucho frío y agotada llegué a casa. A esa altura, ya venía como remando para llegar. Así como entré le dije a Charly, “hola y chau, ni me saco la campera, voy a hacer un mandado, una cuadra y ya vuelvo y me quedo quieta, no doy más de cansada”. Salí y Nano, mi perro, como siempre, atrás mío. Lo dejé salir y confiando en él, porque así nos manejamos desde siempre, lo dejé en la puerta husmeando por los arbolitos y caminé hacia la esquina, menos de una cuadra. Dos veces me di vuelta para asegurarme que seguía ahí y sí, seguía ahí, entretenido. Demoré dos minutos. Volví y Nano no estaba en la puerta. No le di importancia porque siempre entra solo (es tan chico que cuando quiere volver, pasa a través de la reja sin precisar de nadie) pero al entrar Charly me dijo “¿y Nano?” y ahí di la vuelta y empecé a correr.
Debo hablar a esta altura del cuento del estado de Nano. Es un caniche súper viejo, de 15 años, casi ciego, con problemas en su pata trasera derecha, a veces ni se puede levantar. Después que lo logra, es como que entra en calor y arranca.
Al principio no me desesperé porque en su estado, no creí que estuviera muy lejos, pensé que se había confundido de puerta o estaría atrás de algún árbol cercano. Pero no. Lo perdí. Por mi culpa, que me fui y lo dejé, por mi culpa que no consideré que es muy viejo, que no ve, que se confunde. Con esa noche helada, por dios…no podía tranquilizarme, si no lo encontraba rápido, solo el frío, al que no está acostumbrado, lo iba a matar. Es un perro de apartamento, de los de capita puesta y estufa a 10 centímetros.
Volví a entrar a casa, “no está, Charly, no está” y salimos los dos como disparados, para distintos lados. Yo siempre de campera y bufanda, Charly como estaba, de jogging, sin abrigo, como desquiciados los dos.
Recorrimos qué se yo cuántas manzanas, los dos por lados distintos. Nada. Nos terminamos encontrando en la puerta de la veterinaria que atiende a Nano, Adrián, “nuestro” veterinario, me aguantó como pudo y a los pocos minutos me estaba llamando para decirme “yo ya cierro acá y voy con el auto a dar unas vueltas a ver si lo veo…va a aparecer, Clau”. Yo no lloraba, gemía del susto.
Volví para casa, para preguntar a mis vecinos del edificio (4 apartamentos). Siempre llorando y ahora, enloqueciendo a los vecinos. Charly no había vuelto, seguía en la búsqueda.
En eso tocan timbre. En la puerta un chiquilín, campera de algodón con capucha puesta, aspecto no muy recomendable. Nos asomamos mi vecina y yo, de lejitos nomás, y el pibe grita: “vecina, usted, la de rulos… ¿no perdió al perro?, ¡acá se lo traje!”. No me daban las piernas para llegar a la puerta, inmenso el largo del corredor. Pensé que lo había agarrado un auto y me iba a devolver algo así como un felpudo. Pero no, sano y salvo… ¡el Nano!
El pibe que hizo el hallazgo: de esos que vos y yo vemos caminar por la misma vereda que nosotros, y por las dudas, cruzamos para la otra.
Me contó que lo encontró como a 4 cuadras, lo sacó prácticamente de un boleo para que un auto no le pasara por encima en la calle Nueva Palmira (que es casi una pista de fórmula uno) y que le sonó conocido y de golpe se acordó que lo había visto varias veces por mi cuadra y que la dueña "era una de pelo largo, de rulos". Lo agarró abajo del brazo y anduvo, preguntó, averiguó y me lo trajo. Yo me secaba la cara y le daba mil veces las gracias y apretaba a Nano, pobre, le debo haber dejado torcida la pata trasera izquierda, que es la que tiene mejor.
El pibe, el “plancha”...el que te haría, a vos y a mí, en cualquier noche de invierno desolada, cruzar para la vereda de enfrente, me devolvió a Nano y no me pidió nada.
Así es la cosa: allá vos con tus prejuicios, acá yo, con los míos.
Recién lo puedo contar, tuve toda la noche para pensar lo que me pasó, para pensar en Nano, en mí, en los descuidos, en la vejez, en los prejuicios. En la vida y en la gente -o en los perros que es lo mismo- y sobre todo en las sorpresas, las malas y las que resultan buenas y te dejan pensando cuántas cosas se pueden cambiar.
P.D.: para mis amigos del blog que quizás no conocían a mi perro Nano, acabo de reeditar una nota sobre él, ya bastante viejita y se las dejo aquí mismo, a continuación, para que tengan más datos de este gran personaje. Ojalá les guste. Un abrazo
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