Para mi padre y por mi hijo


Para Camilo -porque es su nieto- y porque hoy es un padre responsable que disfruta todo el tiempo de su paternidad con tres cosas primordiales: una  amplia sonrisa, dos brazos que sostienen y un par de piernas largas y con fuelle que amortiguan los sueños de una niña/sol ...que es muy “almendrita”.


Cualquiera agarra y decreta que un domingo de invierno es el día del padre y todos los que tienen al papá cerca festejan con él y los que no lo tenemos, lo extrañamos el doble. Cualquiera y todos los días pienso en mi papá y me acuerdo de su vida, pero hoy me exprimo el cerebro buscando momentos que me conforten.
Más que momentos, yo pienso en mi viejo y me vienen a la cabeza dos imágenes: libros y boliches. Y muchas charlas, que casi siempre versaban sobre libros y se llevaban a cabo en boliches. No me alcanzará la vida para agradecerle el impulso que le imprimió mi viejo a mi vida como lectora. Me presentó la literatura -la buena- como si fuera pan y desde que era chiquita. A Pelusa le agradezco por Tolstoi, Chéjov, Makarenko, Lorca, Quiroga, García Márquez, Vargas Llosa, Bradbury, Idea Vilariño, Eduardo Galeano, Mario y también por Marx y por Lenin, por los “Correo” de la UNESCO que se amontonaban infinitos al lado de su mesa de luz y por todas las enciclopedias que se me antojaron tener y me compró para que me agrandaran el mundo.
En cuanto a los boliches, yo pienso en mi viejo y me veo chiquita en el “Sorocabana” rodeada de gente grandísima, me veo pidiendo “café con leche con mucha espuma” porque no tenía idea que se llamaba “capuccino” y  me veo fascinada observando aquel mundillo tan particular de Pelusa que era de humo, de amigos leídos, de sillas cómodas y redonditas y de mesas de mármol. Por ese entonces yo no sabía que estaba “bolicheando”, sabía que estaba con mi viejo y hacía lo posible por aprovechar al máximo el momento.
Me veo más grande en Buenos Aires, tomando café con cognac tarde en la noche del boliche “La Paz”, Corrientes y Montevideo, con libros y discos recién comprados en la calle Lavalle. Y en “El Mincho” me veo, cualquier tarde montevideana que me tenía de transeúnte moviéndome de aquí para allá hasta que se me ocurría: “¿y Pelusa no estará en el Mincho? ¡Y paso! A ver si lo encuentro”… y lo encontraba, y era todo risa mi viejo cuando me veía aparecer, y otra vez las presentaciones…sus amigos, el dueño del boliche, “y qué grande que estás, Claudia, cada vez más parecida a tu viejo”, y Pelusa, prendía otro cigarrillo y pedía otra grapa, para festejar.  Y yo tiraba todo arriba de la mesa y Pelusa decía: “¡opa! ¿Y esto? ¿Qué estás leyendo? ¡Carver! ¡Pero mirá vos! A ver, contáme ya qué te parece!”…
Una mañana de sábado en mi casa, le dije que tenía que leer “Harry Potter”. Me miró desconfiado cual si yo fuera extraterreste. Insistí. “Es bueno, Pelusa, te lo juro, es la ficción exacerbada, vas a ver”. Me hizo caso. Leyó y se enamoró de la saga. Sabía que en casa, Valentina y yo -fans absolutas- conseguíamos el libro el día que se ponía a la venta. Al rato estaba llamando para decir “estoy en el primer lugar en la lista de espera”. Dejaba esos mensajes en el contestador y nosotras - Valen y yo- nos mirábamos y gritábamos "¡el abuelo, qué grande!"". Y luego respetábamos la lista que era: Valentina, yo, Pelusa y luego Charly y todos los que se fueran sumando.
Mi viejo se enfermó y fue rápido el desenlace. Cuando lo internaron le llevé –generosa entrega la mía- “Harry Potter y el cáliz de fuego” que yo no había terminado de leer. “No importa –le dije- lo voy leyendo acá en el hospital, cuando vengo a estar contigo y vos lo tenés y vas leyendo cuando podes y vamos comentando”. Una tardecita, ya estaba más que mal, me dijo que tenía algo importante que decirme. A mí me corrió un frío por la espalda. Ya hacía unos días que se estaba despidiendo, diciéndome cosas importantes que nunca en su vida había dicho. Yo estaba hecha paté a esa altura, ya lo estaba extrañando. Fue entonces que soltó: “tenés que saber que lo que más me preocupa no es morirme”… Yo: “dale Pelusa, no me jodas más, me tenés repaspada”…”te estoy hablando en serio, nena, tenés que saber que lo más me preocupa, es morirme sin llegar a leer el final de la saga de Harry Potter, ¡taquemereparíó!”. Yo solté una carcajada y después de decirle que era un guarango, le prometí solemne que los siguientes ibros y hasta culminar la saga, se los iba a leer en voz alta para que le llegaran de cualquier manera. La última tarde que estuve con mi viejo en el Hospital Maciel le leí en voz alta “El cáliz de fuego”.
Tengo pendiente esa lectura completa en voz alta. Son varios libros, es mucho tiempo. Seguro que en algún momento cumpliré la promesa. Están Julieta y Lucas y está la colección completa de "Harry" a disposición, compartida entre mi casa y la casa de Valentina. Ya se los leeré a Juli y a Lu, con mucho gusto. Y entre varitas de sauco, amigos entrañables pelirrojos o rulosos, ogros, duendes, magos y “muggles” le iremos diciendo a Pelusa, que ha sido un papá muy especial, un abuelo muy  preferido por mis hijos y un bisabuelo de Juli y Lu muy garabateado por mí en un montón de  bellas letras entreveradas…entre Rowling y Chéjov.

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