El increíble caso de las billeteras
Hay veces que la vida cotidiana puede más y hay que venir y decirlo. Salirse un poco del lugar social y del compromiso para meterse a la interna, a la de la family, que es un dibujo, y hay que venir y dibujarla.
Sin nombres: ni falta que hacen.
Ella está cansada, es de tardecita, llega a la casa, está él que está cansado y está hijo que jamás está cansado porque es niño y le sobran energías.
Ellos tienen que hacer los mandados para elaborar el sustento, hijo está contento de salir a pasear y acompañarlos...imagina aventuras, y las tendrá.
Ella está cansada, como te decía…y es distraída por naturaleza.
Él ídem. Por algo están juntos hace una punta de años.
Van al Mercado Agrícola: ella, él, hijo. Los tres.
Ella lleva la billetera de él en el bolsillo de ella, porque la billetera de él es más chica que la suya. Él lleva la billetera de ella porque la de ella, obvio, es más grande y como él es más grande, su bolsillo también y le cabe sin problemas.
Llegan al MAM los tres. Hijo no para: jueguitos, visita a la juguetería, correrías por cualquier lado.
En algún momento de las compras y de correr atrás de niño-con-energía-alcalina, ella queda con ambas billeteras.
Que, sin darse cuenta, va perdiendo por el camino…si…tá, cosas que pasan.
Primero pierde una, se le cae del bolsillo y un señor amable y solidario le grita como descocido: “che, nena, a ver…se te cayó la billetera, o venís o me la quedo!”.
Ella la agarra, agradece hasta con piruetas, no da crédito de su suerte y sigue viaje. Sosteniendo a hijo que no para ni va a parar por los próximos 15 años ponele.
Se encuentra con él en algún corredor y le pregunta por su billetera. Él le dice que hace rato se la dio.
Ella dice que no, noooo, no puede ser, pero por las dudas corre hacia el último lugar en el que estuvo un rato: la juguetería.
Él también corre. Para cualquier lado. Que importa, no viene al caso.
Ambos olvidan a hijo, que ni se toca y sigue en la suya.
Ella se da cuenta y le grita a él que “sos tarado, agarra a hijo!”. Él lo agarra y sigue preocupado su camino, con hijo, hacia la misma nada.
Ella llega al último lugar dónde podía estar la segunda billetera que perdió en un rato y la empleada ante su pregunta desesperada contesta con sorna: “Billetera? Perdiste? Alpiste! Un señor dijo que la llevaba a Atención al Cliente”.
Ella corre por el MAM. Olvidó (hace rato) a él y a hijo, obvio pobre.
Llega y la atiende alguien que la “descansa salado”. Lo tiene merecido (eso lo digo yo, la narradora omnisciente).
“Así que vos sos “ella”?, decíme tus datos: nombre, número de cédula, fecha de nacimiento, fecha en que te diste la vacuna antivariólica, correo electrónico y cuarto apellido de tu mamá”.
Ella responde correctamente a cada pregunta para acreditarse y se banca el “descanse”. Se le entrega la segunda billetera. Respira aliviada y se golpea la frente.
En 10 minutos, ella y él, él y ella, perdieron dos billeteras y ambas las recuperaron.
Yo, la narradora, les dije a ellos cuando me lo contaron: “chiquilines, créanme lo que les digo, la suerte también tiene un límite”.
No sé si me escucharon. Porque hijo no paraba de tocar la batería mientras ellos me contaban la anécdota y yo iba a pensando de qué forma y desde qué lugar la iba a contar. Porque había que contarla, de eso nunca tuve dudas.
Así fue, que en 10 minutos, ellos perdieron dos billeteras y ambas las recuperaron.
La anécdota me hizo largar carcajadas, pero igualmente reflexiono: ella, y él…yo creo (la narradora) que realmente, andan cansados.
Y niño, no para, ni va a parar. Graciaaadio por niño y por la suerte de estos dos grandes insensatos.
(Montevideo, 11 de setiembre de 2014)
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