Me puse el alma

“Desde 2004, 900 mil personas salieron de la pobreza”.
Lo leo en una postal del FA a la pasada y zás…me pongo a pensar seriamente.

El 26 de marzo de 2004 se murió mi viejo (sí, un 26 de marzo, de no creer), no vio al Frente Amplio gobernando (una verdadera pena, con lo que le hubiera gustado ser parte, con lo que la peleó, con la militancia, con el exilio, con la cana, con todo)…o sea, si mi viejo estuviera vivo (y no estoy diciendo sandeces, porque tendría 76 años ahora mi viejo, o sea, uno más que Tabaré Vázquez, bien podría estar acá), yo le diría: “Pero te das cuenta, Pelusa, sos conciente de lo que estamos diciendo??? 900 mil personas en estos 9 años salieron de la pobreza!”.
Y él contestaría (y no me equivoco): “Claro que me doy cuenta, no se precisa ningún otro argumento. Movete y servíme otro whisky. Menos pensamiento y más acción: hay que seguir peleando y ahora mismo, festejar lo conseguido”.

Tendría razón. Yo por lo menos, no necesito ningún otro argumento. Porque el peso de éste es tan grande, tan desmesurado, que todo lo demás pasa a ser, ahora y hoy y para mí, hasta insignificante.

Yo aprendí con mi viejo y con mi abuelo Roque también (un comunista y un socialista, respectivamente) a sentir profundamente las cosas que le pasan a los demás. Aprendí a no ser indiferente y a ser solidaria. A ponerme en el lugar del otro. A pelearla por el otro. Aprendí de la “otredad” desde chica.
Qué cosa loca, el término “otredad” lo conocí de grande en la Facultad, pero lo básico, que es lo que viene con el sentimiento me lo enseñaron mucho antes. También me enseñaron que los brazos (y el pensamiento) no se bajan nunca. Hay que darle para adelante, a cómo dé lugar y en todas las circunstancias.

El Frente Amplio es una herramienta política perfectible, mutable también. Si hoy mi viejo o mi abuelo estuvieran por acá, seguro que lo estaríamos discutiendo y hasta enfrentándonos. Cada uno, una postura, una elección.

Pero hay una cosa que va más allá de la mística que el Frente Amplio representa para mí; más allá de los recuerdos que me traen mi propia imagen de niña trepada a los hombros de mi papá en el acto de final de la campaña de 1971; más allá de las consignas y las banderas que siempre pero siempre me nublan los ojos y me empañan los lentes hoydía; más allá de mis eternas conversaciones con el mural de Seregni que me acompaña en mi oficina cada día; más allá de todo eso que a mí me pasa por el corazón y no es menor, hay una cosa que está firme, como atornillada y me alcanza y sobra: es saber que fuimos nosotros, los que estamos y pensamos, como estoy yo (con mi viejo y mi abuelo presentes en mi vida) los que hicimos o acompañamos, este proceso, para lograr algo tan grande y relevante: 900 mil personas, muchas personas, que no conozco porque soy de la otra parte del mundo,dejaron de ser pobres o por lo menos son menos pobres. Lograron ser personas un poco más completas, consiguieron algunos derechos. Pudieron tener una vida mejor. Y hasta se hicieron más visibles para los distraídos que se miran el ombligo.

Me perdonan, pero no resiste ningún análisis. Es una cuestión de pensar menos y de sentir más. Eso.

Como dijo alguien por ahí: yo hoy me puse el alma. Vos ves.

(Montevideo, 3 de setiembre de 2014)


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