Cada invierno que me toca

Yo odio el invierno.
Empezar una nota así, con una sentencia que parece irrefutable va en contra de lo que aconseja cualquier manual. No se debe. Pero necesariamente tiene que empezar así. Porque es un sentimiento.
Yo odio el invierno. Desde el verano más descarnado, el de 40 grados, yo ya estoy odiando el invierno. Por anticipado. Bien de neurótica (anticipada) y fundamentalista.
Yo odio el invierno y casi puedo llegar a odiar a las personas que pregonan que les gusta. Los desprecio, los critico. Los tildo de ser gente que no sabe vivir  y disfrutar. Pero vivo con uno de ellos hace como mil años: los dioses me castigaron. Y la discusión en mi casa se repite. No tiene fin.
Sostengo que en invierno una nunca está bien. O tiene frío y el frío no se puede soslayar con nada; o se abriga demasiado (para no tener frío) y pasa calor adentro del ómnibus y ni hablar si se le ocurre a una ir al cine o al Shopping.
El invierno es una tristeza. Abunda el gris, la gripe con sus estornudos, la ropa te incomoda para cualquier movimiento meramente humano como sostenerte viva arriba de un 79 a las 9 de la matina, anochece demasiado temprano y el día no te rinde, por no mencionar el viento, que te busca en cualquier esquina y te cala hasta los pensamientos.
Pero…siempre hay un pero, hasta para los fundamentalistas como yo… así que vamos por los “pero” para estimular la parte positiva que queda en mí. Odio el invierno pero… cuando yo (odiadora) llego a casa y me calzo las pantuflas; cuando prendo la estufa con los tres paneles y me siento arriba de ella (sííí, ¿qué? ¡Me siento arriba de la estufa! Me quemo, sí, y ni me importa!); cuando tengo que soplar la cucharada de guiso de lentejas para llevármela  a la boca; cuando huele  a apio que sale de la olla a presión que anuncia mi sopa con muuuuchos fideos y más queso rallado; cuando me estoy por ir a acostar y Charly hace media hora que me prendió el calientacama; cuando me tapo hasta la cabeza con el acolchado poderoso que me regaló María Elisa; cuando elijo una bufanda entre las muchas que tengo; cuando el café con leche me gusta por su sabor amargo de siempre pero además me entibia las manos en mi taza preferida; cuando no tengo que salir porque llegó el fin de semana y disfruto estar en mi casa pequeñita, calentita y afable y mi vieja ruana de Manos del Uruguay está al alcance de mi mano; y cuando da gusto quedarse encerrada para ver una película, para leer, para estar calentita y haciendo cosas que dan placer…cuando me pasa todo eso o alguna de esas cosas, o sea, a diario; bueno…he de reconocer…que el invierno tiene su encanto y que nací para quejarme porque la verdá, la verdá…me quejo de llena y me falta sarna pa’ rascarme nomáh...el tipo (the winter) bien que tiene sus encantos…que aunque ocultos, yo me encargo de sacarlos a relucir, porque seré resentida, friolenta, quejosa, insufrible, odiadora del invierno…pero soy honesta che, que es lo principal, o no?

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