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Mostrando entradas de agosto, 2013

Que "nostalgien" de lo lindo, che!

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Nostalgia termina en “algia” como neuralgia, fibromialgia, lumbalgia. Nostalgia remite dolor porque “algia” es eso. Por ejemplo, cuando yo tengo lumbalgia porque se me va la mano levantando algunos pesos pesados (léase: nietos), me pongo fatal de quejosa y gruñona. Hasta que encaro algún desinflamatorio potente y ahí la empiezo a remar y me mejora el humor. Pero ya les digo…a mí las palabras que terminan en “algia”, más bien me duelen de entrada. ¡Si seremos retorcidos los y las yoruguas que la noche que más bailamos, bebemos con desenfreno y nos divertimos como si se acabara el mundo, la definimos con una palabra que conlleva tristeza en sí misma! Si el caso era armar un buen  canyengue  (parezco Enrique el antiguo) con música que data de 20, 30 o 40 años atrás, porque era buena o porque simplemente se sentían ganas de disfrutarla de nuevo, alcanzaba con llamarla la “ noche de los oldies ” o “ la noche para el recuerdo ”, ambas remitirían “pasado” pero no tendría porqué s

Un sol, una luna

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¿Qué se precisa más: el sol o la luna? ¡Las dos cosas! Porque ambas son hermosas y tan nuestras, porque ambas nos conmueven, porque para disfrutarlas sólo hace falta estar viva y saber considerarlas. Cada uno tiene su momento y lugar. Y hay veces, que los dos se juntan. Para nuestro bienestar: se juntan. Y en el mejor de los cielos soleados, está la luna elegantísima y el sol todopoderoso. Julieta es un sol, Lucas una luna. O a la inversa: Lucas un sol, Julieta una luna. Eso de decirles “soles, lunas” a los pequeños, es porque irradian brillo en sus personas, en sus palabras, en sus gestos, en cada cosa que tocan, en sus aprendizajes, en sus locos progresos: deslumbran todo el tiempo. Pero en realidad, mis nietos, son aire. Esa es la mejor forma de definirlos. Son aire que me toca, que me sacude, que me despeina, que me despierta en ráfaga. Son aire de mi infancia, de la de mis hijos. Son juego pero no sólo juego. Son abrazo apretado. Son satisfacción. Son preocupación

Estoy en mi derecho. En mi absoluto derecho.

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De sentarme en mi computadora y teclear para decir lo que pienso. De compartirlo públicamente para ser honesta. Estoy en mi derecho de decir y de ser y de opinar y de mostrarme y de que no sea mal visto ni peor entendido. De no sentirme cautiva. De poner a trabajar mi cabeza y pensar en alternativas. De no tener miedo. De querer jugarme una ficha. De pensar en clave de sentires. De explicar las cosas, sobre todo, desde ese lugar. De no creer en los discursos que ya tengo escuchados y puedo recitar de memoria. Estoy en mi derecho y no ofendo a nadie. De no sacar cuentas y de asumir riesgos. De creer que la gente es displicente pero no es boluda. De entender que la opinión de unos pocos, puede ser la de muchos si se la deja crecer. Estoy en mi derecho. De no sentirme sola. De tener cerca a los que piensan parecido o acaso por la misma línea de razonamiento. Estoy en mi derecho de no preocuparme por contarlos cual si fueran números naturales. Pero sí de

Este asunto de la ortografía que a vos y a mí nos preocupa

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En primer lugar vengo a decir que soy una persona que le ha dedicado una parte más que sustancial de su vida a las letras. A leer, sobre todo, aunque no dejé de estudiar. De grande/grande—en honor a la verdad, a los 40— cuando ya mis hijos eran adolescentes, bastante independientes y yo venía a ser más un proveedor que una madre; empecé a estudiar Letras. Naaah , mentira. En realidad, a los 40 me decidí a estudiar letras pero me acordé que nunca había salvado Matemáticas de 5to. del bachillerato , así que con paciencia y decisión tesonera, me anoté en Matemáticas, la cursé un año entero y le demostré al mundo que no la salvé a los 17 años simplemente porque estaba en otra: exoneré la materia con 9. Pá’ vos y tu tía Gregoria. Así que al año siguiente rescaté de algún lugar ignoto la Jura de la Bandera, saqué una innecesaria Partida de Nacimiento copia fiel de que yo había nacido y me anoté en Humanidades. Y bueno, de ahí en más, el viaje de  la licenciatura y tá…no da andar conta

Al gran Cuque: ¡Salú!

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Llamarse Sclavo esa familia…¡qué loco!…llamarse Sclavo y ser lo más libre que pueda existir, es tamaña paradoja. Los Sclavo, los progenitores –Aída Arman y Adolfo Sclavo- eran los mejores amigos de mis abuelos, los Lapenna – Roque Lapenna y Josefina Harris, Tita para los amigos-. Eran una fiesta para los sentidos esos cuatro juntos, eran como mucha risa y mucha vida entreverada. Ellos, los hombres, trabajadores incansables del barrio Goes: uno pintor, el otro zapatero. Ellas, las muchachas: madres de familia, mejores amas de casa, excelentes cocineras. Las que se batían a duelo por hacer el mejor de los bizcochuelos de naranja. Los Sclavo tenían tres hijos varones, llenos de apodos cariñosos: Ñato, Pirulo (también Tito) y Cuque. Los Lapenna tenían una hija única, Nahyr, que es mi mamá. Habían tenido otra hija, Ethel, pero murió antes de cumplir los dos años. Cuque era el menor de los tres hijos de los Sclavo y mi mamá, Nahyr, nació cuatro meses después que él. Aída y