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Mostrando entradas de enero, 2017

Revísenme las cuentas

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Revísenme las cuentas. Sin piedad. Revisen mi cuenta de Twitter, de Facebook, de Blogspot, de Instagram o de Google Plus. Soy con mi foto y mi nombre. Con mis gustos y mis sentires. Con mi pensamiento político-social y mi manera de percibir y hasta juzgar el mundo, o mi mundo, o el mundo de por acá al que le doy bastante más bola que al de por allá. Voy a seguir defendiendo a las redes sociales, tan criticadas, tan pecaminosas para algunas mentes. Llenas de defectos ellas: de miserias o de críticas en vano. Tanto o igual que la vida misma. Más espontáneas sí, a veces. Menos “jugadas” porque una cosa es el cara a cara y lo que nos viene a la boca, casi antes que a la cabeza; y otra cosa es escribir y editar un pensamiento cuatro veces antes de publicarlo. Hay sólo una cosa que no me gusta en las redes sociales y es que la gente no ponga su nombre y su foto, que no se identifique, pero no por el hecho tan cuestionado de “se resguardan en el anonimato”, no, no es por es

Salvador da Bahía: ¡eu só quero voltar!

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El sábado 14 de enero de 2017, a las 10 de la mañana, en la playita de Porto da Barra de Salvador de Bahía, sentados en cómodas sillas y bajo amplia sombrilla, en una mañana esplendorosa con 30 grados y sol pleno; Charly me dijo: “tenés que contar sobre este viaje. Tenés que “contar” Salvador. Si yo pudiera escribir como vos, lo contaba”. “¡Obrigada!”, dije yo, pero pensé: “¿cómo o desde dónde contar qué cosa?”. Cómo incluir en un relato breve un sitio tan exultante, tan pletórico, que durante 8 días de nuestras vidas movilizó hasta lo más hondo de nosotros mismos…todavía lo estoy pensado. Yo pienso con las yemas de los dedos, así que suelto tecleos, disparates y sensaciones para ver si logro dar una idea mínima que sea como un pantallazo para los/as que no han estado por allá. Los que sí, me dirán si están de acuerdo o agregarán sus comentarios y seguro saldremos enriquecidos. No dudo que ustedes han visto esas fotos de portones o rejas con cientos de cintitas de colores

Un buen fierrazo

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La historia del accidente comienza de esta manera: un día estábamos en clase de Historia del Arte hace unos cuantos años ya, en Facultad de Humanidades, con Alberto Mazzini, y estaban tirando cosas, porque iban a refaccionar una parte de la Facultad.  Yo, que soy casi Diógenes, vi en un rincón con otras porquerías, un pedazo de un banco de escuela, digamos el costado lateral de hierro con su posabrazo de madera que viene a ser lo que sumado a otro igual del otro lado, mantiene las tablas que forman el banco. ¿Me voy explicando? Bueno, fue entonces cuando dije: “Ah, yo me lo llevo, es igualito a mi banco de la escuela, lo quiero”. Alberto me dijo que no. O me miró como para matarme…fue algo así, la verdad no me acuerdo bien. Terminada la clase, no sólo me lo llevé sino que convencí a Alberto que fue quien lo cargó y bajó por las escaleras porque pesaba como la culpa el artefacto. En tanto cargaba, protestaba: “yo no puedo creer…para qué querés esta porquería…qué vas a hacer con esto